lunes, 17 de diciembre de 2012

Un Segundo en una vida

Escribí "Un segundo en una vida" a principios del verano pasado. Fue una inspiración repentina. Paseaba por la Plaza de Santa Ana y por la Plaza del Angel en un recorrido habitual. Me gusta caminar por esas calles y ver la animación de la gente en las terrazas, en los bares o incluso en los mismos bancos de la plaza. Calles como Espoz y Mina, Alvarez Gato o la calle de las Huertas, forman parte del paisaje de mi vida. La historía surgió ese día en un instante en que me quedé mirando la cartelera del Café Central. Espero que os guste y que me ayudeis a seguir mi camino con vuestros comentarios.

Un segundo en una vida

            Entró por última vez en el Café Central. Estaba segura de lo que iba a suceder. Lo había meditado durante toda la noche anterior al ritmo de los ronquidos del bruto que dormía a su lado. En un tiempo estuvo convencida de estar profundamente enamorada de él pero, ahora, sus ojos no veían en él sino un amasijo de secreciones, sonidos guturales y hediondos olores corporales.
            En su juventud aquel café había sido uno sus lugares preferidos, había aprendido a escuchar una música que no estaba en los circuitos comerciales, había admirado a músicos que, con sólo un instrumento de metal, eran capaces de alcanzar su más interno yo y había reído con la pandilla. Se había hecho adulta, sin darse cuenta.
Comenzó a elegir entre opciones, a esperar que los problemas desapareciesen por sí solos o bien  afrontarlos con la sensación de no tener a quién recurrir en caso de cataclismo.
            Se sentó en el banco corrido forrado de negro, justo en la esquina bajo los espejos. Era un buen lugar, desde allí podía observar todo lo que ocurría a su alrededor. Estaba como en un pequeño edén; a su izquierda una pareja malhumorada discutía en voz baja con una mayúscula dinámica corporal, a su derecha, otra pareja, ambos mucho más jóvenes, se abrazaban y besaban con una, también, robusta gesticulación visual.
            En seguida se acercó un joven camarero de azules ojos y ajustado mandil que portaba sobre la bandeja un servilletero, una carta y la más grácil de sus sonrisas.
-          Hola, ¿qué vas a tomar?
-          Algo oscuro, ¿qué me ofreces?
-          ¿Te refieres a algo oscuro como la Coca-Cola o a algo más sutil como un coctel de sangre de virgen sacrificada bajo el influjo de la luna llena.
            Aquella respuesta le sorprendió, no esperaba en ningún caso ese atrevimiento por parte del joven camarero; pero le hizo gracia y así, sin querer entrar en su juego,  contestó con un tono de firmeza en la voz.
-          No, mejor me vas a poner un café, bien cargado, para estar atenta cuando sea la hora de tomar ese coctel que me has ofrecido. Supongo que no se servirá hasta la media noche y que a esa hora esto estará repleto de espíritus inquietos, ¿verdad?

            Una vez se hubo alejado el camarero, se fijó en el triángulo de sus espaldas. En otro tiempo, habría actuado, pero esa noche el guión ya estaba escrito y no estaba dispuesta a improvisar. Le había costado un enorme esfuerzo decidirse, después de todo lo que había sucedido. No había marcha atrás.
Llevaba la cápsula en el pastillero; si no lo hacía esta noche, quién sabe cuándo volvería a reunir el valor suficiente para acometerlo, intentarlo; no volvería a dejarse llevar por los acontecimientos. Era el momento de retomar las riendas de su vida y quería marchar al paso, nada de galopar, eso se había acabado; no, se negaba a caer de nuevo en el mismo error. Nunca más volvería a ocurrir.
            Estaba triste. Una melodía con base de contrabajo y un piano le hacían recorrer oscuros pasadizos de melancolía. Sonrió amargamente. Como réquiem no estaba nada mal.
El camarero se acercó con un café humeante, repleto de crema hasta el borde.
-          Si es un chiste gracioso me lo podías contar.
            Sus miradas quedaron ancladas, la de ella, glacial, sostuvo el pulso hasta que al camarero no le quedó más remedio que recular (qué seguro está de sí mismo, ¿tendrá la misma seguridad dentro de veinte años, cuando tenga más calva que pelo?)
-          No, muchacho -quiso bajar aquellos humos que emanaban de su sonrisa angelical-, no es un buen chiste, pero jóvenes como tú me los he comido para merendar a centenares y ninguno se me ha indigestado.
-          Disculpa, sólo pretendía ser amable, no obstante, si no tienes nada mejor que hacer salgo a la una. Si te parece, podemos tomar una cerveza mientras me devoras.
Era obvio que le gustaban los retos y lanzaba su red al vacío en busca de pesca fresca.
-          ¿Eres así de pertinaz con todas las mujeres o sólo con la maduras que van desamparadas? Anda, artista, tráeme un vaso de agua mientras pienso en cómo te cocino.
            Le siguió con la mirada, pero esta vez sí se fijó en sus movimientos, en lo que hacía y en cómo conversaba con los demás clientes. Parecía aún más tierno de lejos que cuando lo tenía delante. ¡Menudo embaucador! Seguro que había batallado en muchos más lechos de lo que su joven apariencia podría indicar. Parecía de esos que llevaban un cuaderno con las anotaciones de sus conquistas; desde que el mundo era mundo y el hombre era hombre, siempre hubo a quien le gustaba propagar a los cuatro puntos cardinales sus conquistas, bien para sentirse  poderoso o bien para que los demás hicieran que uno desea; qué era eso sino poder. Pero ahora éste era suyo, de nadie dependía, ni de nadie recibía instrucciones. La decisión estaba tomada y ese era el momento.
            Pedro Iturralde interpretaba el saxo a través de los altavoces, las notas flotaban en el ambiente, danzaban entre los reflejos de los fríos espejos que estaban enmarcados sobre los asientos. Tenía las manos heladas, no notó la fría sensación del mármol bajo sus dedos, era el acto de decisión final. Puso el bolso sobre la mesa, rebuscó en él hasta encontrar el pastillero. Lo abrió. Tomó la ampolla que contenía el líquido claro y lo escanció sobre el café. No tenía nada escrito, ni a quién escribir; su legado se había perdido ya, Alba se lo había llevado. Era a quién lo hubiera donado, pero la vida es a veces como una broma pesada, cuanto más dura, menos gracia tiene vivirla; y los últimos años, sin duda, habían sobrado.
            Asió la taza. Estaba preparada. Recorrió la sala con la mirada, trató de fijar la imagen del momento en su retina y después contemplo detenidamente la foto de Alba en su sexto cumpleaños. Quizás lo último que viera fuera lo que perdurara en su consciencia para siempre; si es que había un siempre o quizás un nunca jamás. Estaba cansada. Cerró los ojos, abrió la boca y tomó un sorbo, comprobó que estaba caliente pero no quemase, no soportaría quemarse la boca, y así, de un sorbo, bebió el resto hasta vaciar la taza. 
            En primer lugar, notó el calor del líquido que bajaba por el esófago hasta llegar al estómago. Comenzó a oler a almendras amargas y supo que estaba en camino. Había tomado un billete de ida para un crucero, sin trasbordos ni regreso.
            Un enorme dolor le contrajo el abdomen. Se cubrió con los brazos para evitar que explotara; como si un alien alojado en su interior, estuviera desgarrándolo por dentro para poder salir. Comenzó a faltarle el aire y a su cabeza acudieron imágenes, aromas, sonidos y sensaciones, todos ellos recordándole quién había sido.
"¡Qué aroma a café!, uh. ¡Qué amargo! ¿Vienes? Vamos a dar una fiesta en casa de Lucía… Escuchó llorar, un llanto lento, lánguido, más bien parecía que alguien estaba sollozando, susurrando en su oído palabras mágicas. ¡No te vayas, aguanta!.. Sintió el calor de unos labios recorriendo su cuello hasta quedar sellados en su nuca, después de desplegar sus brazos alrededor de la sedosa cintura, arribaron al húmedo puerto de su boca…
Escuchó un fuerte estruendo a su alrededor, abrió los ojos y notó que todo a su alrededor se movía
¡Mami, mami, corre, ven..! El viento sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el norte. En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo, trapos, paja y papeles que iban de arroyo en arroyo, de acera en acera... No me digas que no te atreves, ven conmigo, ¿ves ese hotel? Desde arriba se ve la terraza del Café Central y al otro lado la estatua de Lorca, hagámoslo allí arriba… ¿Por qué te fuiste, Alba? Mi niña de piel de cristal, tan pequeña… Abrázame fuerte, ¡déjame escuchar tu corazón! ¡Cómo palpita! ¿Podemos repetir eso..?
No podía respirar, su cerebro daba órdenes pero su cuerpo no respondía.
…Es una verdad universalmente reconocida que al hombre soltero, poseedor de fortuna cuantiosa, le hace falta casarse… Me haces daño, los brazos escudando la cara, acto reflejo tantas veces repetido… escribir esta noche…La tórrida lluvia recorría toda su  piel, las gotas de agua dibujaban autopistas en su espalda desnuda, Fran, desnudo también, corría hacia ella en la solitaria playa…Yesterday, all my troubles seemmed so far away…
Su estómago recibió una sacudida más; algo líquido inundó su interior. Intentó hablar pero la lengua no se pudo mover, tenía algo en la boca que se lo impedía
Love of my life you hurt me, you broken my heart and now you leave me…

Vomitó, cerró los ojos y esperó.
            …Las manos teñidas en rojo, bajo la ducha frotaba todo su cuerpo con desesperación. Quería lavar su culpa. El líquido carmesí teñía el agua que goteaba en la porcelana blanca; miedo, frio, liberación, estaba hecho…sentada en el suelo junto a él inerte, ella, exhausta…bienvenida mi niña de piel arrugada ¡qué pequeña eres!... Dos por dos, cuatro, dos por tres, seis...Yo he visto cosas que vosotros no creeríais, atacar naves en llamas mas allá de Orión, he visto rayos C brillar en la oscuridad, cerca de la puerta de Tanhauser, todos esos momentos se perderán en el tiempo como lagrimas en la lluvia, es hora de ...
            Quiso abrir los ojos pero no pudo. Esperó y siguió esperando, tenía grabada una imagen del Café Central y una niña sonriente en la retina que poco a poco se fundió en negro.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Esculturas de Londres

      Como muchos de vosotros sabéis, en el pasado mes de octubre, pasé unos días de vacaciones, junto a mi familia, en la increible ciudad de Londres.
       Los que me conocen no se sorprenderan de que, en los seis días que estuve, haya hecho cerca dos mil fotografías. Si estáis pensando en que os voy a martirizar con ellas, habéis errado. No. No voy a subir fotos y fotos de una manera indiscriminada; he pensado que mejor subo una par o tres albumes montados con música. El primero, que si no me equivoco lo tenéis a vuestra derecha, es un resumen de algo que me sorprendió muy gratamente: las esculturas y los monumentos conmemorativos crecen por todas las partes de la ciudad. A continuación está el enlace.
    



LuisCar
9 diciembre de 2012
        

lunes, 3 de diciembre de 2012

Las lecturas de LuisCar

            He pensado hacer una sección para el blog. La primera sección fija y que espero que no sea la única. La idea es hacer un espacio donde comentar los libros que voy leyendo. No es tanto la catalogación de los mismos, ni resumir la intención del autor, sino transmitir la impresión que me han causado e indicar alguna pauta por la que considero que merece la pena ser leído o no. Ciertamente, hay libros que ya he leído, no diría que muchos, pues siempre son pocos. De alguna manera la lectura es como el sexo, cuanto más la ejercitas más disfrutas y más imaginación le echas. En estos casos puntuales, haré el esfuerzo de la relectura cuando sea posible, de manera que pueda transmitir a todos el universo que me rodea.
            Los cinco últimos libros que he leído son la trilogía de Ignacio del Valle alrededor de su personaje Arturo Andrade que nos lleva desde el Madrid de recien finalizada la guerra civil, hasta Berlín en los últimos días de la segunda guerra mundial, pasando por la División Azul en el frente de Leningrado, siempre con la misma misión, encontrar al asesino en unos lugares insospechados, donde la parca tiene ocasión, oportunidad y cantidad de víctimas para elegir. Los títulos de los libros.: El arte de matar dragones, El tiempo de los emperadores extraños y los demonios de Berlín, que más adelante comentaré. La noche de los lobos de Federico Volpini, una incursión en la literatura juvenil por parte del que fuera director de Radio 3 y por último Invierno ártico de Arnaldur Indridasson.
 Nadie como este escritor islandés para reflejar la soledad y el abandono de sí mismo en mitad de una familia que nunca lo fue y un trauma infantil que lastra al inspector Erlendur sin que por ello pierda la consciencia de quién es y cuál es su trabajo: desenmascarar al asesino. Una novela negra bastante entretenida que merece la pena leerse, como todas las de Indridasson, no sólo por la imaginación, sino también por la capacidad de crear una atmosfera de opresiva soledad a la que él mismo se ha condenado por los hechos que desencadenaron el trauma que le atenaza –no es lugar ni momento para desvelarlo.   Desde el primer libro de la serie, Las Marismas, poco a poco va desgranando el pasado del inspector para permitir entender cómo es él ahora y el porqué de su comportamiento. Es como la medicina que suministra en pequeñas dosis, pero por su prescripción acertada en el tiempo, consigue el efecto de comprender a este personaje que sobrevive en la soledad a la que él mismo se ha condenado.
            Como la entrada se ha alargado más de lo esperado, hoy el teclado estaba presto y fluido, dejaré para más adelante la trilogía de Ignacio del Valle y la lobuna noche de Volpini, pero antes de acabar una opinión. De todas las novelas de Indridasson, la Mujer de Verde es sin duda la más redonda, la más emotiva y en mi opinión la mejor que hasta ahora he leído. Así que seguiré esperando con ansia que se edite en España la siguiente traducción. Invierno ártico se editó por primera vez en Islandia en 2006 y este año en España.
Luiscar, 3 diciembre de 2012

sábado, 1 de diciembre de 2012

La Promesa, 3ª y última entrega


LA PROMESA
ENTREGA III

-Se llama, bueno no creo que sea su verdadero nombre, sus compañeros de trabajo le llaman Freddie. Es tan guapo, cuando viene las compañeras se pelean por atenderle, siempre tan educado.
-Bien, dígame, le cortó Domingo, ¿sabe dónde trabaja o dónde vive?
-Esperen un momento que voy a preguntarle a mi compañera Dory, está loquita por él, sabe, –le dijo acercándose a su oído como si fuera una confidencia- seguro que puede contarles más cosas que yo.
            Te descubrí  mi colección de objetos sagrados, las fotografías, los posters, las púas de los inmortales, las guitarras, te mostré las entradas de los conciertos a los que asistí y aquellas que conseguí que me firmaran. Me abrí a ti, te ilustré en un mundo nuevo que muy pocos conocen. Te enseñe a escuchar esos sonidos únicos, como con un solo acorde el planeta dejaba de girar y todo se llenaba de notas musicales, aquellas canciones, las que están escondidas en los vinilos, aquellas a las que no prestas atención hasta que descubres que son la esencia misma de tu ser. No me habría importado habértelo  dado todo menos lo que te llevaste. No hice nada más que cumplir con mi promesa: “aunque tenga que volver desde las profundidades del infierno, siempre estaré cerca para protegerte”.
            Cuando abrieron la puerta Domingo mostró su placa.
-Creímos que estaba enfermo. No solía faltar al trabajo y siempre avisaba cuando tenía necesidad de faltar. Todo el mundo le llamaba Freddie, aunque en realidad se llamaba Fernando, Fernando Álvarez Infante. Gran trabajador. Una personalidad arrolladora, pero desde el suicidio de su mujer no había levantado cabeza, hacía jornadas interminables y nunca tenía prisa por volver a casa.
            Mientras miraba en la ficha de personal, Lorenzo y Domingo cruzaron sus miradas. Lo primero que Domingo enseñó a Lorenzo al llegar a la brigada de investigación era que las casualidades no existen y en segundo lugar que la solución más sencilla era la que más posibilidades tenía de ser la correcta, pero no por ello debía conformarse con lo superficial, siempre había que terminar el trabajo, las suposiciones era mejor dejárselas a los adivinos.
-¿Cuándo le vio por última vez?
-El viernes. Como les he dicho, se iba siempre muy tarde, decía que en casa sólo le esperaban sus fantasmas y silencio. Cuando yo me fui aún tenía el ordenador encendido.
-¿Nos puede anotar su dirección?
-Vivía fuera de Madrid, creo que aún no había vendido la casa, pero cuando murió su mujer se traslado al centro, a la Plaza de la República Dominicana.
-¿Familia? No. No tenía; era hijo único y sus padres ya habían muerto, sólo le quedaba la familia de su mujer.
-Lorenzo, sigue tú por favor, tengo una llamada, disculpe un momento –indicó mientras con el dedo taponaba el altavoz del móvil de donde surgían las notas de ‘España Cañí’
-Domingo –dijo Adriana-, lo tenemos. 192.25.25.69. La dirección IP del nickname de Internet que coincide con el del Ipod y que según telefónica está contratado a nombre de Julia Urende; el piso está a nombre de su padre; dime ¿a que no sabes dónde está ubicado?
-Déjame que lo intente, ¿por el final de Príncipe de Vergara?
-Bingo, Príncipe de Vergara, 253, octavo izquierda
-Adriana, ¿has comprobado a Julia?
-Claro, Domingo. Se suicidó hace tres meses; del padre aún no hay nada
-Envíame a toda la caballería, nosotros vamos de camino.
            Aparcaron en el carril bus, las luces del coche patrulla iluminaban intermitentemente el pequeño jardín donde se encontró el cadáver. A su espalda, a escasos 50 metros se encontraba el portal donde Domingo y Lorenzo cruzaban sus miradas de incertidumbre antes de dirigirse al ascensor.
            Domingo llamó a la puerta, lo hizo con calma, con los nudillos, no quería sobresaltar a alguien que presumiblemente tenía la sangre fría de haber mutilado a un cadáver de aquella manera.
-¡Sr. Urende, policía, por favor, abra la puerta! –su voz sonó autoritaria, imperativa, imposible de desobedecer.
            Les abrió la puerta una persona abatida, con los hombros caídos, mirada triste con ojos color miel en una faz recorrida por profundas arrugas en todas direcciones. Sus movimientos estaban ralentizados, como de alguien que no tiene prisa por hacer el siguiente movimiento ni interés en hacerlo. Era un muerto en vida.
-Buenas días, les estaba esperando. Tengo que reconocer que no han tardado demasiado, les dijo mientras se hacía a un lado de la puerta. Pasen por favor, pueden sentarse si lo desean, yo estaré listo para acompañarles en una par de minutos.
-¿Fue aquí verdad?, preguntó Domingo.
-Sí, en la habitación de al lado. Pueden entrar si lo desean, pero les advierto que es bastante desagradable. Todo está ahí: la sangre, sus restos, los instrumentos. Todo.
-Pero, ¿Por qué? Esta vez fue Lorenzo quien preguntó.
-¿Por qué? ¿Quieren saber ustedes por qué? Porque nos engañó a todos, porque detrás de ese halo de educación exquisita y de don de gentes, se ocultaban una violencia indecible y una crueldad infinita, era tan brutal que podía reducir a cualquier persona que no tuviera su fortaleza mental en una ruina.
            Yo se lo había prometido a Marta y él le había hecho daño. Me había obligado sentir el dolor más antinatural en la vida: un padre llorando la muerte de su hijo –hizo entonces una pausa, sus ojos se encontraban perdidos, como si contemplaran algo que los demás no pudieran ver- Tienen que entenderlo. Le di mi palabra. Cumpliría mi promesa, la que hice en aquella habitación a oscuras, tan pequeña:
-Está oscuro, Papá. Tengo miedo...
            Sabe inspector la gente sencilla sólo tiene un patrimonio: su palabra. Yo tuve que hacerlo. Fue a ritmo de Freddie. Ella así lo habría querido. Adoraba mi música y yo era feliz de compartirla con ella. Ahora todo está acabado y cada uno está en el lugar que le corresponde. Mi niña ahora está “en el regazo de los dioses- In the lap of the gods”, él siempre fue “mentiroso-Liar-”  y yo acabé por apretar el gatillo de la Rapsodia Bohemia; ese es mi delito y la memoria mi condena.
-¿Y el porqué de las mutilaciones? ¿Cómo pretendía ocultarlo?
-¿Las mutilaciones por ocultarlo? No. Pero todo a su tiempo. Después de haberla perdido y de lo que he hecho, no espero nada en lo que me queda de vida. A partir de ahora sólo me podré  dedicar a mantenerle en el olvido y eso pretendía. Al cortarle las manos y arrancarle los dientes, quería robarle su identidad, el alma, que vagara eternamente sin descanso por el daño que nos había hecho y por el dolor que infligió a Marta. Pensé incluso en arrancarle los ojos para sumirle en la oscuridad eterna, pero solo se los cerré para que si era capaz de abrirlos en otra vida pudiera horrorizarse en  su olvido.  
            Cuando realmente le conocí pude ver que lo único que le importaba era la fama, sus ansias de notoriedad y el peor castigo que podía darle en la vida, y en la muerte, era el anonimato, que ni cuando dieran la noticia de su muerte, nadie pudiera pronunciar su nombre. Ese sería su eterno castigo.
-Lorenzo nos marchamos –dijo Domingo frente a un ser invadido por el abatimiento- aún tienes muchos detalles que escribir para la rueda de prensa del Jefe., y volviendo sobre sus pasos, se dirigió al él:
-Por cierto, Sr. Urende, sólo una última pregunta ¿Por qué puso el Ipod en el bolsillo de la americana?
-Inspector no me lo tome a mal lo que le voy a decir-levanto la mirada que había regresado de la oscura habitación para encontrarse con un mundo lúgubre y con los ojos vidriosos buscó los del inspector- pero le voy a ser sincero, no siempre he confiado en la capacidad de la policía. Simplemente quería asegurarme que podría volver a dormir por las noches.

LuisCar

sábado, 10 de noviembre de 2012

La Promesa 2ª Parte

Esta es la segunda parte del relato policiaco que Felicitas nos pidió. Ya sabéis, necesitaba un asesinato con cadaver sin manos ni dientes. Sólo podía ser identificado a través del ADN. Por cierto, Cuenton ha subido ya la segunda parte de su relato.


LA PROMESA

ENTREGA II

—Domingo, Lorenzo, vamos a ver si hacemos una buena faena y nos libramos de las banderillas, porque si no, os voy a poner la estocada en todo lo alto. Estamos hablando de un cadáver mutilado en mitad de una de las zonas bien de la ciudad. ¿Sabéis cuantos famosos y políticos viven en esa zona? ¡Quiero resultados ya! Y cuando digo ya, es para ayer, nada de mañana, ¿me entendéis? Mirad, ¿sabéis lo que es esto? Antes de venir me he pasado por la ferretería y he comprado una llave del siete ¿Queréis saber para qué? Mejor que no, espero no tener que usarla, pero no dudéis que lo haré. ¡Entendido! ¡Venga en marcha!

—Pues sí que viene de buen humor hoy, jefe,  ¿quiere saber algún detalle?

—Domingo no me fastidies ¿me ves con cara de querer saber detalles? Mírame bien, ¿crees que me interesan? Cuando tenga que hacer la rueda de prensa para decir que he cogido al asesino, ya te los pediré; mientras tanto a la faena, no perdáis más tiempo. ¿O preferís que en la rueda de prensa diga que todos sois unos inútiles y que no habéis sido capaces de encontrar al asesino?

            No se saldría con la suya. Le había admitido, le había querido como a un hijo, le había enseñado todo lo que sabía y ahora le pagaba con esa moneda. La primera vez que le vio acaba de graduarse. Era tan joven, tan bien parecido, tenía esas manos tan perfectas, esos dedos de pianista, esa dentadura tan blanca, esa mirada tan cristalina. Entró en sus vidas como un huracán, les arrastró a todos con el vértigo de su personalidad.

            Después de la bronca, ambos se dirigieron al despacho de Domingo y se sentaron delante de la pizarra con la mirada un tanto perdida en la cristalera del último piso de la comisaría de la calle de las Huertas.

—De verdad Domingo, no lo puedo creer, ¿cómo es posible que este hombre dé el pego de esta manera? ¿De verdad nadie ha calado a este hombre? ¿Cómo puede tener esas estadísticas de resolución de casos?, no me lo explico

—Mi querido amigo Lorenzo, tranquilo, el aplomo se gana con la edad y me parece que a ti todavía te falta mucho por crecer –aquella escena le parecía de sainete mal representado, sentía necesidad de mirar a su alrededor en busca de la cámara oculta. Pero eso no era lo peor, ¿qué decir de la insufrible prepotencia con que actuaba?   

            Mientras Domingo le pedía por enésima vez a Lorenzo que bajara la música, entró una llamada en su móvil:

-Dime, Adriana, ¿novedades?

-Novedades Domingo, personas desaparecidas cero, fotografía en el barrio cero; ADN 0, Ipod 1.

- Qué, ¿acabas de leer el Marca?; te recuerdo la bronca en el despacho del jefe hace un rato, así que al turrón. A ver, ¿puedes ser más explícita?

-Lo dicho jefe, de momento no hay nada en personas desaparecidas, ninguna denuncia que cuadre con nuestro amigo. Las patrullas están enseñando la foto por el barrio pero de momento no tenemos ningún avance por ese camino. El ADN se está comparando con las bases de datos que tenemos disponibles, pero mucho me temo que como no tenga antecedentes por algún delito de guante blanco va a ser que no y por último el Ipod. El camino que he seguido es el siguiente. Me he puesto en contacto con la marca por si hubiera registrado el producto. Les he dado el número de aparato y estoy esperando respuesta, ya les he dicho lo urgente que es. Si lo hubiera comprado en la red hubiera sido más fácil pues estaría grabado el nombre en el reverso pero no ha habido suerte. Siguiente punto, tenemos un nickname, un apodo en Internet, así es como se llama el aparato cuando se conecta al ordenador. Estoy rastreando el nombre, se llama “fredmer” pero de momento puede ser cualquier cosa. Por último, la música, un Ipod de  8 Gigas con sólo una decena de canciones. Todas de Queen y menos una que es la más famosa, todas desconocidas.

-¿Eso quiere decir algo?

-En principio estoy en ello; en un soporte con capacidad para mil canciones que tenga sólo diez y raras, seguro que quiere decir algo. Quién haya grabado esto, tiene que ser un gran admirador o profesional del tema, pero yo me inclino por lo primero más que por lo segundo.

-Grábame una copia y pásamela al móvil. Anótalo todo en la pizarra, cuando regresemos de pijolandia le daremos una vuelta para ver a donde nos conduce todo esto.

            Cuando hubo colgado le dio el teléfono a Lorenzo para que lo conectara al aparato de radio del coche. Una vez hubo llegado el archivo, pulsó el play y entonces comenzó a sonar una guitarra eléctrica y una voz que arrastraba las palabras:

Synchronize your minds and see               (Sincroniza tu mente y ve
The beast within him rise                          cómo la bestia nace en su interior
Don't look back don't look back                ¡No mires atrás, no mires atras!
It's a rip off                                                Es una trampa –y verás cómo-
Flick of the wrist and you're dead baby    con un golpe de muñeca te mataré)


            Se lo había presentado Marta, se conocieron en la cafetería de la facultad, cervezas y partidas de mus, después biblioteca, cine experimental, recitales de cantautores y escapadas a la montaña. El descubrió un mundo nuevo, el mundo de la familia, del afecto. Las relaciones puras y desinteresadas, el cariño per sé, como él nunca lo había conocido entre los suyos. Le había hecho partícipe de su familia, sus hermanos, su casa, sus amigos, su vida. Se convirtió en el centro de sus reuniones, el animador de las fiestas, el arrogante y arrollador desconocido que nunca podía faltar.

            Adriana llamó a Domingo. Había seguido la pista de la música, todas las canciones eran de los primeros años setenta, incluida Bohemian Rapsody que era la única conocida; por lo demás todo un clásico. Además el que en las letras y en los títulos se tratara de asesinatos, de vida y muerte: Keep yourself alive, Doing all right, When the night comes down, Liar, Nevermore, Flick of the wrist, In the lap of the Gods, The loser in the end, Procession y Bohemian Rapshody, no podía ser ninguna coincidencia.

Había llamado a la Cadena Ser y le habían pasado con un locutor de los cuarenta principales. Éste le explicó que casi todas las canciones eran de las que no se llegaron a emitir ni en su tiempo, por tanto, lo normal era que quien las grabó fuera un gran conocedor del grupo y que además, por su fecha de publicación debía tener alrededor de la cincuentena. También le comentó que había muchos foros en internet en los que se podía hablar de ello e iniciar la búsqueda del nickname.

-A ver si damos en el clavo, porque por aquí aún no hemos avanzado nada.

            Domingo pateaba la acera de la derecha mientras Lorenzo lo hacía en la de los impares. Habían iniciado las pesquisas por Ortega y Gasset entrando desde Francisco Silvela. Después de un par de horas de búsqueda infructuosa se volvieron a reunir en la Plaza del Marqués de Salamanca.

-Sigamos hasta Velázquez y te invito a desayunar en el VIPS.

-Eso está hecho allí te espero, le dijo Lorenzo.

-Tomaré un café con leche y una tostada; para él café con leche en vaso, con la leche templada y dos porras poco hechas. ¿He acertado?

-Déjalo Domingo siempre juegas con ventaja. Por cierto, señorita Gálvez, titubeó mientras miraba la placa del uniforme ¿ha visto a este hombre alguna vez? –le mostró una foto junto con su identificación.

La mujer tomó la foto en sus manos antes de mudar su moreno color por un blanco cerúleo.

-¿Por qué le buscan? ¿le ha pasado algo?

-¿Le conoce?, respondió Lorenzo de inmediato, con voz entrecortada fruto de la ansiedad.

-Claro que si mi niño, viene todos los días a desayunar, le gusta sentarse en esa mesa de ahí detrás, junto a la cristalera. –le respondió la mujer que aún no había recuperado su color.



-¿Nos puede decir su nombre? ¿Sabe donde vive, su trabajo?
continuará...

lunes, 5 de noviembre de 2012

El Arcángel de Piedra

Martina se encontró sentada en el frío suelo del cuarto de baño. Sudorosa, desnuda y aterida, sollozaba sujetándose las piernas entre los brazos. Cubierta solo por una blanca sábana, no recordaba qué había ocurrido y porqué estaba allí.
            La lluvia golpeaba los cristales con fuerza, su sonido reverberaba en el cuarto mientras las gotas de agua resbalaban por entre las baldosas grises que  cubrían sus paredes. Al otro lado de la ventana, el cortejo caminaba despacio por el sendero que cruzaba la esmeralda ladera, entre el palacio y el horizonte marino.

            Cerró los ojos para poder ver y la noche se cernió sobre ellos, los abrió de nuevo y descubrió sobre la cortina de agua el reflejo de un Arcángel de piedra que blandía una espada de fuego al viento. Le llamó con la mano en un ademán lánguido primero, después febril y por ultimo enérgico. Era él, había velado sus sueños y también sus pesadillas y, ahora, le observaba suspendido sobre el arco de piedra.
            Frente al espejo miró su imagen, su pálida piel, blanca como una mortaja, trascendía sobre el haz de luz que se filtraba bajo los densos nubarrones. A través de la tormenta, pudo ver el arco multicolor que se posaba sobre el mar. No le pareció una casualidad que éste enmarcara la fachada de piedra marmórea, sobre la cual sobresalía la ardiente espada del Arcángel. 
                        Sintió entonces una punzada de fuego en el estómago y tuvo la imperiosa necesidad de saltar por la ventana. Se levantó y se sintió ligera como la brisa de las marismas y fría como el viento que arrasa las cumbres nevadas. Se irguió sobre el alfeizar, y de pronto, se encontró flotando sobre un tobogán de luz que, en un instante, la depositó sobre un arco de piedra bajo la lluvia que arañaba los negros paraguas de la comitiva.
                        Escuchó el bramido de la cercana galerna y percibió el aroma a salitre. Mientras, tomaba consciencia de su situación. Le sorprendió un desaforado trueno y la descarga simultánea que la dejaron inmóvil con el brazo en alto, en un intento de alcanzar la luz o quizás, en un último acto de súplica al infinito. Fue cuando recordó lo qué había ocurrido y porqué un blanco sudario cubría su piel.
Ahora era consciente de lo que significaba aquel lugar y de que el Arcángel pétreo, que había abierto los goznes de sus sueños, era su destino para la eternidad.

LuisCar, 4 de octubre de 2012

jueves, 1 de noviembre de 2012

La noche de todos los Santos


Cuando se acercan están fechas, mediado el otoño y en especial en la noche del uno de noviembre, tenemos por costumbre recordar a quienes ya llegaron al final de su camino.

Puede que no haya pasado un día en todo el año en el que no hayamos tenido un momento de reflexión para pensar en su ausencia y en el vacío que han dejado en nosotros; pero en estos días además tenemos que demostrarlo; es la función social de la muerte.

-¿Cómo no vamos a limpiar su tumba?

-¡Sin flores parece que no nos acordamos de él!

Es  una paradoja que tantas almas libres terminen con sus restos, a la espera de la eternidad, en estrechos cubículos donde sólo han de esperar contadas visitas en fechas señaladas.

Una tumba no es sólo un punto de referencia donde poder expresar el dolor por la pérdida de nuestros seres queridos, es, además, un faro en la noche de nuestros sentimientos donde esperamos poder comunicarnos con ellos, o al menos, que reciban noticia del dolor que su marcha ha producido en nosotros.

Hay también otros espíritus libres que prefieren volver a la tierra convertidos en parte de los cuatro elementos clásicos: agua, fuego, aire y tierra. Éstos, que se encuentran flotando en el aire, nos cuidan, nos dirigen, tutelan nuestros actos y nos reprochan nuestras faltas. Debemos seguir esas pautas que nos indicaron cuando podíamos contar con su presencia, pues ahora que nos faltan, sabemos que la razón les asistía.

No me gusta juzgar a los demás, pero creo que quienes estuvieron aquí antes que nosotros, nos marcaron el camino a seguir, y a pesar de los múltiples recodos que tiene nuestra singladura hasta que podamos reunirnos con ellos, no debemos olvidar quienes somos, de dónde venimos, ni todo aquello que aprendimos a su lado.

Honra merece quien a los suyos se parece…

Y para terminar un video del musical We Will Rock You para recordar a los que ya se marcharon:

domingo, 21 de octubre de 2012

La Promesa, relato policiaco por entregas

He estado leyendo las entradas del Blog de mi amigo Vicente y me ha hecho recordar, cuando no, rememorar muchas cosas. Creo que ambos comenzamos a escribir a la vez, pues al igual que comenta Vicente, yo no había escrito nada de ficción hasta que el azar o el destino, me transportó hasta el aula número 8 en la primera planta del Centro Cultural Paco Rabal.
Es verdad que los primeros días fueron muy duros, estábamos perdidos, perdidos, lo que se dice perdidos y mucho, pero poco a poco, con la estopa que nos daba la "profe", aquella aula sobrepoblada como lo están hoy las aulas de los colegios y las facultades, pasó a estas habitada por unos cuantos elementos, que a modo de esponja, absorbían cualquier indicación y correción.
Fruto de esos primeros días, quinto a sexto trabajo de clase, es este relato que se titula "La Promesa" y como en casi todo los que escribo la música o el arte tienen una gran importancia en el desarrollo del relato. Y como ha hecho Vicente, y desde aquí reconozco el plagio, voy a ir subiendolo por entregas, pues aunque no es muy largo, reconozco que son muchas páginas para leerlas de una tacada en el ordenador.
Además, como la escritura tiene que ser algo vivo, reto a quién quiera participar en darme ideas o sugerencias para modificar el desarrollo y el final del relato. Ahí está el guante, espero que haya alguien que lo recoja...


La Promesa

ENTREGA  I
—Lorenzo, ¿dónde estás?, ¿porqué no coges el móvil?
—Domingo, estaba ocupando, por las noches suelo dormir.
— ¿Ocupado? Vamos hombre,  que no tengo edad para tonterías. Deja tu ocupación o lo que sea, tal como esté, y echando leches. Tenemos un fiambre y según me ha dicho el jefe, lo han pasado por la picadora.
—Dios, ¡Cómo está el hampa! ¿Es que no descansa nunca? ¿Ni siquiera puede uno relacionarse con sus semejantes un domingo por la noche?  ¿Dónde nos vemos?
—Plaza del Ecuador 7.
            Lorenzo y Domingo llegaron unos minutos antes que el juez de guardia. Un aviso anónimo había alertado al 112 de la existencia de un cuerpo en una acera frente a la Plaza del Ecuador, una zona con un pequeño jardín pegado a un aparcamiento de escasa iluminación y a unos metros de la confluencia de las calles Serrano y Príncipe de Vergara.
            Las tres de la madrugada, Domingo se agacho junto al cadáver e indicó a Lorenzo que se acercase.
—Mira Lorenzo, -dijo a la vez que levantaba la sábana de aluminio que tapaba el cadáver- ¿Quién crees que ha podido hacer esto? Da una vuelta por los alrededores a ver si encuentras algo, pregunta si hay algún garito abierto y si ves a alguien, le haces las preguntas de rigor.
            Del primer examen visual sólo pudieron determinar lo más evidente, varón, de raza blanca, uno setenta y cinco de estatura, mediana edad, por las facciones probablemente español. La causa de la muerte estaría relacionada con las dos heridas que se encontraban en la espalda, arma blanca indeterminada, las manos amputadas; el forense lo corroboraría después, pero parecían cortes limpios, sin desgarros, ropa cara, traje, corbata de seda, habría que ver las etiquetas, ojos cerrados y boca ensangrentada. No tenía documentación, los bolsillos vacíos, no llevaba ni calderilla, sólo se encontró en el bolsillo interior de la americana un Ipod de los que se sujetan por una pinza.
            Ambos agentes tenían claro que aquel no había sido el lugar donde se había producido el crimen, ni las amputaciones. No había sangre, ni los restos del cadáver pendientes de localizar.
            Una vez que llegó el juez ordenó el levantamiento del cadáver, Domingo llamó a Lorenzo que estaba realizando la infructuosa ronda.
—Vayámonos a comisaría. Avisa a Adriana, la quiero a primera hora en la oficina y con la pizarra preparada. Tenemos muchas preguntas, de momento ninguna respuesta y por el estado del fiambre, mañana a primera hora saldrá la información en todos los telediarios y menos mal que es de madrugada, si no hasta en los diarios gratuitos.
—Domingo, ¿a ti que te parece?, no estamos acostumbrados a encontrarnos cadáveres por entregas y en principio, como opinión y a falta de los indicios que nos dé el forense, no sé muy bien por donde podemos empezar.
            El reloj de comisaría marcaba las ocho de la mañana cuando Lorenzo entraba en el despacho de Domingo. Nadie sabía nada de su vida privada, de su familia, si es que la tenía. Sólo que no soportaba la música que Lorenzo le obligaba a escuchar a todo trapo en su coche. Tenía alrededor de cincuenta años, así al menos los calculaba Adriana, que utilizando complicados cálculos sobre la cantidad de pelo restante y su relación inversa respecto de las canas y las entradas, junto con el desarrollo evolutivo de las tallas de su cintura, había llegado a esta conclusión. Observadora como ninguna, no se le escapaba detalle alguno de aquellos que la mayoría de los hombres jamás serían capaces de intuir ni siquiera su existencia. Joven e introvertida, todo su caudal creativo lo dirigía hacia la red, donde con tiempo y paciencia, era capaz de localizar cualquier información susceptible de ser encontrada. Adriana, sólo tenía ojos para Lorenzo, atlético, extrovertido y locuaz, le gustaba jugar con el lenguaje, pero sobre todo cuando para exasperar a Domingo, rebuscaba extraños sinónimos en vez de utilizar el lenguaje cotidiano, y eso a ella le fascinaba. Pero a Lorenzo poco le importaba; él no se fijaría en nadie cuya ropa interior no tuviera un alto contenido en encaje de color rojo y negro, compraba el As para ver la foto de la contraportada, y ella a pesar de apetecerle a veces, no estaba dispuesta a entrar en una dinámica como aquella, aunque si se ponía a tiro ¿a quién le podía amargar un dulce? Pero a pesar de todo, Adriana estaba de acuerdo con Domingo, Lorenzo podía presumir de su ingenio, su intuición y su capacidad de trabajo.
Cuando llegó  Domingo, el resto de equipo estaba tomando café delante de la pizarra.
—Buenos días, chicos ¿qué tenemos?
—Verás Domingo, preguntas, preguntas y más preguntas. ¿Quién? ¿Cómo? ¿Dónde? y ¿porqué?
—En primer lugar hay que identificar el cadáver. Una vez que conozcamos el entorno será más fácil.
— ¿Adriana? –señaló Domingo para que iniciara su exposición.
—Si Domingo –se levantó hasta acercarse a la pizarra donde hizo las anotaciones a la vez que hablaba- Acabamos de recibir el informe del forense; lo que intuíamos, La causa de la muerte fueron las dos heridas de la espalda, el cadáver tenía amputados las manos y los dientes. Por la forma de la herida quizás un cuchillo de cocina y el corte de las manos es bastante limpio, post morten de solo dos tajos, por la forma parece un machete. Las encías destrozadas, le arrancaron los dientes uno a uno, pongamos que unos alicates o unas tenazas, vamos la boca hecha un Cristo; así que para identificarle sólo tenemos de momento el ADN. Hora aproximada de la muerte las doce de la noche.
  ¿A qué hora fue la llamada al 112?
—A las dos y veinte.
—Eso quiere decir entre cometer el crimen, pasarle por el aserradero, hacerle la ortodoncia y darle el paseo no pudo pasar mucho tiempo, pongamos dos o tres horas; además, el instrumental parece que pueda servir el de cualquier casa.
— ¿Tú qué crees Lorenzo, a mi me da que no pueden haberlo matado muy lejos de donde lo encontramos? Quirófano, clínica dental, limpieza en seco y transporte en sólo dos o tres horas, parece poco tiempo y si no ha sido premeditado menos todavía.
—No tiene por qué ser del barrio, pero seguro que tiene alguna relación con él, su asesino le conocía, le cerró los ojos, así que es probable que sino él, seguramente su matarife sí lo sea; pero todas maneras vayamos paso a paso, cuando terminemos, pásale la foto a un par de patrullas y que peinen la zona. ¿Qué más tenemos Adriana?
—Tenemos la ropa y el Ipod. Las etiquetas son de lo más exclusivo, nuestro finado debía beber en las fuentes de la opulencia, indumentaria de primera calidad de tiendas exclusivas de la calle Serrano y Ortega y Gasset.
—Lorenzo, nosotros nos vamos a la zona noble a ver si alguna dependienta nos da alguna pista. Y tú Adriana, a ver qué puedes sacar del cacharro ese.
-Perdona Domingo, ¿has escuchado la música del “cacharro ese”? Es curioso, pero no pega mucho con lo que aparenta nuestro cadáver. Acabo de entrar en el menú y sólo hay música de un conjunto, que aunque siendo un clásico no va con la edad de nuestro cadáver. Esas canciones son de los primeros setenta, se debieron componer cuando sus padres eran aún novios. Otra cosa, como todos los aparatos tiene número de serie y puede estar registrado para recibir las actualizaciones. Tengo que comprobarlo
-Tira por ahí, pero si ves que no llegas a ningún sitio te paras, nuestros recursos son limitados y tenemos que optimizarlos al máximo, de todas maneras haznos una copia para que podamos escucharlas en el coche, también tengo curiosidad por escucharlas, y no te olvides de cotejar el ADN y contactar con personas desaparecidas por si alguien hubiera puesto alguna denuncia.
—No te reconozco Domingo, te pareces al jefe.
—No nombres a la bestia, que ya sabes lo que ocurre cuando se la convoca. Ves, te lo dije -ambos levantaron la cabeza para ver como el comisario entraba por la puerta de la comisaría-, todos formales que acaba de llegar y con la cara que trae seguro viene a por nosotros antes de pasarse por su despacho.
-Silva, Villar a mi despacho.           
                                                                                           continurá...