martes, 31 de enero de 2012

Cuaderno de Bitácora


Día 31 de enero, cuarto año desde la invasión.
  H
e dormido poco. He pasado la noche pensando que tengo que verificar más a menudo el perímetro. Los generadores funcionan bien, ahora no hay problema por la energía, apenas hay consumo y las reservas que dejaron los supervivientes son más que suficientes. He estado viendo una vieja película en mi fiel tablet, un sujeto con bombín y bigote hacía bailar a unos panecillos pinchados en unos tenedores, el contraste de mis risas con el silencio de la película me ha alterado y me ha devuelto a la realidad. Escucho el silencio, estoy siempre alerta, oigo los sonidos, trato de discernir si alguno de ellos no es de los habituales y supone una amenaza. Me he ejercitado subiendo y bajando las escaleras. Han sido cuatro veces, diez pisos, dos tramos por piso, trece escalones por tramo. Me he cansado mucho y me ha aliviado la tensión de mis músculos, pero sobre todo de mi cabeza. No ha dejado de funcionar, no me ha permitido un segundo de descanso. Después de ducharme, incluso antes de vestirme, me he dirigido a la emisora y he vuelto a llamar a la espera de alguna respuesta, pero desde hace tres años sólo la niebla radiofónica contesta y a veces las interferencias cuando es captada por ellos, entonces, rápidamente cambio de frecuencia y activo el filtro anti seguimiento. Estoy seguro que algún día,  la localizarán, pero no me resigno a encontrar alguien con quien hablar, aunque sólo pueda ser a través de las ondas. Lo he intentado también con el ordenador, he mandado correos a todas las direcciones posibles, pero nunca se ha encendido mi casillero de la bandeja de entrada. Esto es todo por hoy, quizás esta noche pueda dormir.


Día 1 de febrero, cuarto año desde la invasión.
  T

ampoco he podido dormir bien. Me paso la noche agitado con ensoñaciones que me llevan a los tiempos previos a la invasión. No nos dimos cuenta y un día empezaron a extenderse epidemias por el mundo, luego pandemias y por último aparecieron esos seres que ahora patrullan por el planeta devorando todo aquello susceptible de ser su alimento. Tengo pesadillas, recuerdo cuando era niño y jugaba en la playa con mis hermanos, corríamos, salpicábamos agua y reíamos. Papá nos regañaba y nos castigaba a estar quietos cinco minutos, pero no éramos capaces de cumplirlo y empezábamos de nuevo alrededor de Mamá. Otras noches sueño contigo. Recuerdo la primera vez que te vi y  las cosas que escribí en mi diario ese día, no se pueden reproducir aquí, en cualquier caso, las guardo para mí. Hoy he bajado al garaje y he estado corriendo, he contado las plazas que están vacías. Todo el mundo intentó huir de las epidemias, seguro que los coches están ahora pudriéndose en mitad de las carreteras y los garajes están tan vacíos como éste. He comprobado que las entradas estén cerradas  y selladas. Nada entra ni nada sale de este edificio. Si he sobrevivido hasta hoy, es porque he conseguido encontrar un lugar en el que ni un átomo de aire del exterior, ni  ningún ser vivo es capaz de entrar. Hoy he pensado que el edificio entero es muy grande y voy a hacer espacios estancos que me sirvan de zona de seguridad. A veces se encienden los sensores de alarma y las luces de todo el edificio empiezan a parpadear, eso es porque algún invasor merodea cerca y me previenen para que esté atento y no haga ruido alguno. Vivo con el temor de que las luces intermitentes se vuelvan rojas, esa será la señal de alarma, la indicación de que la muralla de seguridad ha sido traspasada. 

Día 2 de febrero, cuarto año de la invasión
  H

oy ha sido un día duro, he sentido una profunda soledad. He recorrido todos los pisos del edificio, las escaleras y el sótano. He comprobado que los cierres estuvieran sellados, puerta por puerta, ventana a ventana, todo y no he podido más. Me he encontrado sollozando en mi cubículo frente a vuestras fotos. No me queda ninguna esperanza, me encuentro abatido y abandonado de mi mismo. Cuando comencé mi encierro, pensé que tenía que ser fuerte, que habría más personas como yo y que nos podríamos poner en contacto, unirnos y volver a la lucha. Al principio, cuando llamaba por radio siempre respondía alguien, a veces en idiomas que no entendía pero que había escuchado alguna vez. Hace tiempo que nadie responde. He sentido la necesidad imperiosa de ver el exterior por última vez y al anochecer he salido a la azotea. Me he decidido y me he puesto la  escafandra. A pesar de haberlo visto en tantas ocasiones el espectáculo me ha vuelto a sorprender. Estoy conmovido.  Ha sido inimaginable. Desde la azotea he visto el Peñón, la bahía y además la fortuna ha hecho que haya podido ver el nacimiento de la luna por poniente y el mar, plata liquida en movimiento a la espera del reflejo de las estrellas. No he visto ninguna luz, pero sé que están ahí, he procurado no hacer ruido, me he movido despacio y me he sentado a esperar que la luna estuviera alta, después cuando la noche comenzaba a morir he regresado. No he oído ningún ruido, pero sé que no estoy sólo.

Día 3 de febrero, cuarto año de la invasión
  D

espués de la excursión de anoche, he estado descansando casi toda la mañana, me he dormido pues he estado soñando con cigüeñas y otras aves, creo que es un deseo de libertad más bien premonitorio. He verificado el edificio y todo está correcto. Lo tengo todo preparado, he creado un área de seguridad para que me dé tiempo a rellenar las líneas de despedida  antes del final. Sé cómo funcionan y no dejaré que me alcancen, guardo la lugger junto con el detonador. Cuando me vaya no marcharé sólo, y por supuesto, no dejaré que profanen ni mi cuerpo, ni mi memoria donde estaréis todos vivos mientras siga respirando. Las luces han comenzado a parpadear, creo que el momento se acerca. Ha pasado media hora y aún continúan, tardarán poco en encontrar un lugar por donde pasar... Las luces se han teñido de color rojo... ya habrán encontrado mi rastro, el silencio ya no es un medio de defensa, conectaré la música del tablet, quiero irme acompañado...tengo la lugger en una mano y detonador en la otra... solo queda tiempo para una última oración, lamento que desaparezcáis conmigo pero nuestro tiempo se ha acabado, en breve dejaré de ser la última alma sobre la faz de la tierra...

Luiscar

Madrid, 31 enero 2011

Merienda típica de Madrid. Chocolate con churros.


No hay nada nás tipico en Madrid que las meriendas de chocolate con churros. Hay lugares emblemáticos como las Chocolaterias Valor, en la foto una de ellas; pero sin duda lo mejor de lo mejor es la Chocolateria de San Gines. Hay que bajar al sótano y sentarse en el banco pegado a la pared tapizado en rojo como si fuera el Orient Express, pero aparte la decoración, el chocolate es excelente, los churros o las porras, que aquí se puede elegir, magníficos y el servicio rapido, sobrio y educado. En definitiva, visita obligada.

martes, 17 de enero de 2012

La Tormenta


L

a tormenta se desencadenó de repente. La sucesión de truenos y relámpagos que alternaban con ráfagas de viento, doblaban las ramas de los robles que arrojaban hojas muertas y enormes gotas de lluvia fría sobre sus rostros.


Las tres mujeres, desperdigadas por la acción del aguacero y el fuerte temporal, alcanzaron un muro de piedra iluminado por los resplandores previos a los aterradores truenos. La tempestad apareció exactamente sobre ellas, y al otro lado de la valla, anclada en mitad de un claro del bosque, surgió una enorme casa cuyos ventanales franceses estaban débilmente iluminados.


Agotadas por el cansancio, el agua y el frío, habían perdido la confianza de encontrar un lugar donde cobijarse; entonces un nuevo relámpago iluminó el camino hasta la mansión. Estaba rodeada por una elevada verja de hierro coronada con lanzas inhiestas hacia el cielo y decorada con imágenes de gárgolas grotescas.


Descoordinadas por la desesperación, empujaron la puerta de la cancela con todas sus fuerzas pero no consiguieron moverla lo más mínimo. En un segundo esfuerzo, arrancaron del pesado metal el hueco suficiente para pasar y la chirriante protesta del gozne abandonado hace ya decenas de años.

Se dirigieron corriendo al umbral de la puerta mientras el aire susurraba voces a su alrededor. El ulular del viento era ensordecedor, batía con fuerza contra los cristales y el agua helada caía sobre ellas como cortinas de pesada cretona, dejándolas exhaustas y confundidas.


Las jóvenes habían salido de excursión antes de su separación al terminar el curso. Salieron al Pico Telégrafo y unas pocas horas después se encontraron en el centro de una borrasca, en mitad del campo y frente a una casa que nunca habían visto, pese a que antes pasaron por allí en múltiples ocasiones.


Marifé tenía pesadillas. Había soñado muchas veces que se encontraba perdida en mitad de una ventisca y una sombra, vestida con capa negra, la perseguía. Se despertaba en mitad de la noche, empapada en sudor, mojada como recién rescatada de un chaparrón. Tenía mucho frío y se encontraba en mitad de un claro del bosque donde de la nada surgió una vieja mansión. En el umbral, una figura de negro les esperaba, haciéndoles señas con sus manos.

Al alcanzar el voladizo que cubría la puerta de entrada, ya a salvo del agua, percibieron que el ruido era aún más ensordecedor. Las ramas batían al compás del viento que producía un agudo sonido que aumentaba su desconcierto. Para su completa sorpresa, cuando llegaron a la puerta no había nadie. La aporrearon con las amoratadas manos por el frío, y la puerta sencillamente se abrió.


Un fuerte hedor a putrefacto les asaltó. Marifé no quiso entrar. En su mente perduraba la imagen de la sombra de sus sueños, pero Esperanza la convenció. También ella había tenido oscuras pesadillas. La última noche se la había pasado sentada frente a una chimenea francesa de la que salían lenguas de fuego y volutas de humo negro que se convertían en horribles gárgolas que la devoraban una y otra vez.

Al cruzar el umbral escucharon el crujir de la madera bajo sus pies. Avanzaron en penumbra por un pasillo de oscuras paredes hasta llegar a un salón.

-¡Eh, los de la casa!, ¿hay alguien? – llamaron para avisar a los posibles habitantes.

Sólo respondió el viento que bisbiseaba voces ininteligibles entre los pasillos y la vieja madera que se quejaba por todas las paredes del caserón. Avanzaron por el corredor hasta una amplia estancia en la que el fuego del hogar llenaba las paredes de sombras en movimiento.

-¿Hay alguien?, señor, ¿nos puede ayudar? -vociferaron una y otra vez, pero ningún ser humano les contestó.


Caridad vio que unos ojos de pupilas alargadas reflejaban la luz de un relámpago. Ella no tenía pesadillas, no soñaba, no descansaba, no podía dormir. Le hubiera gustado, pero su insomnio no se lo permitía. Su vida nocturna le había llevado a desarrollar una intensa vida interior, pero también sus fantasmas. No le gustaba la noche, se sentía sola y todos sus miedos acertaban a visitarla en todas sus formas. Cada noche, al apagar la luz, presentía que llegaban para acecharla mil y una formas, que desaparecían y aparecían al ritmo de los más inverosímiles sonidos. No soportaba los gatos, y en especial los negros; eran la premonición del mal y su mirada como la de Medusa, capaz de petrificar cualquier cosa con vida que se reflejara en ellos. Su grito disparó por simpatía las gargantas de sus compañeras. Aullaron poseídas por el terror corriendo hacia la puerta con una sola idea en mente, salir, salir, salir de allí.

Un nuevo relámpago iluminó el pasillo durante un instante. Fue tiempo suficiente para ver a una figura negra con el rostro oculto junto a la puerta. Se pararon en seco y gritaron al unísono:

-¿Quién anda ahí? ¿Quién anda ahí? -repitieron ante el silencio.

Se dieron cuenta entonces que la tormenta había cesado de repente, tal como llegó. Ni el agua, ni las ramas golpeaban ya los ventanales. El silencio ahora era denso, profundo, todo estaba negro, los truenos habían desaparecido y para cuando quisieron mirar atrás, la llama de la chimenea se había apagado, sólo quedaban los rescoldos semicultos bajo las cenizas.
Escucharon entonces el crujir de pasos a su alrededor, abrieron los ojos, tanto como fueron capaces, pero no alcanzaron a ver nada, la oscuridad era absoluta. Se buscaron con las manos, se abrazaron y se colocaron tan juntas como pudieron a la espera de su destino.

-¿Quién anda ahí? -increparon por última vez.

Esperanza respiró hondo, sacó el móvil del bolsillo y lo levantó para iluminar la estancia con la luz de la pantalla. Aquella fotografía del ser querido lo contempló antes que ellas. A su alrededor se manifestó toda una pléyade de seres deformes, opacos, translucidos y transparentes escapados del Apocalipsis. Estaban representados todos sus demonios y todos sus fantasmas, cuernos, garras, colmillos, lenguas de fuego, animales imposibles, y todos ellos ansiosos de fresco tejido adiposo. Una horda de tinieblas encabezada por un negro gato de amarillos ojos color azufre…

Viajero, si alguna vez te sorprende una tormenta salida de la nada, no te dejes engañar por el señuelo de una casa que nunca antes estuvo allí.

Luiscar

lunes, 2 de enero de 2012

La Estadística


 La estadística no es una ciencia exacta, pero sirve para apoyar con números aquello que interesa resaltar. Las hay reales, discutibles, absurdas e incluso imposibles. La que soporta mi historia es una de estas últimas, por lo que me inclino a pensar que lo que voy a contar nunca sucedió.
Soy  matemático y también escritor, es de lo que me quiero convencer, pero además de eso soy muchas otras cosas: miniaturista, lector, navegante, viajero... pero sobre todo lo que me define es que pertenezco al género masculino, a pesar de que mi ex mujer lo ponga en duda y se burle de mis capacidades varoniles. No la culpo por ello, después de todo encontré en un hombre el cariño y el deseo que la verdad, en ella nunca pude hallar.
Fui incapaz de comprender su actitud cuando le dije que le abandonaba para irme a casar con Sebas, su novio de la adolescencia que ella mismo me presentó. Tampoco pude creer que se irritara de aquella manera el día que le pedí el divorcio, pues estaba ansioso por formalizar ante la ley mi relación con él. Puedo entender que le afectara bastante después de lo que le costó convencerme, si no obligarme a pasar por el juzgado, primero con huelga de vello crecido y más tarde de piernas cruzadas.
Sebas¸ carne de gimnasio, metrosexual al uso, ocupaba todos los armarios de mi cuarto de baño con productos cosméticos de todo tipo: rejuvenecedores de la piel, antiarrugas, cremas hidratantes, depilatorias, antioxidantes, contra la celulitis, reforzadores del cuero cabelludo…, además de una completa batería de artilugios tanto mecánicos como eléctricos. Tengo que afirmar que todo este material se nota. Me llena de orgullo decir que mi novio ahora se arregla más para mí que cuando mi ex y yo salíamos las primeras veces; ahora presumo de acompañante, cuando antes sólo podía hacerlo de la parte de ella que menos me importaba.
Recuerdo que la sopa se le escurrió entre sus labios abiertos cuando le dije que tenía que irse a  casa de su madre porque su ex iba a ocupar su lado de mi cama. No se me quita de la cabeza aquella expresión de sorpresa a medias, aquel brillo en su rostro, la mirada que se cruzaron y la manera con que encajó el golpe.
Tardé días en comprender. Paseaba cogido de su mano exhibiendo por el parque a mi chico y su musculatura para todo aquel que me quisiera envidiar, cuando la encontré besándose con una mujer. Tenía las facciones más varoniles que nunca he visto en una fémina y una barba sin afeitar que teñía de gris sus mejillas. Sebas y mi ex cruzaron una mirada cómplice y entonces fue cuando comprendí la insistencia de ir al parque ese día. Fue una trampa, un complot, todo estaba preparado y yo caí como un pardillo. Imperdonable.
Mi mujer me denunció y la juez sucumbió a la miel de sus ojos. Ahora ellos disfrutan de un trío en mi cama a todo satén, mientras yo, bajo este mísero puente, trato de responder a las preguntas que me hago desde entonces: ¿qué me gusta más, la carne o el pescado? ¿Soy cordero o trucha?, o ¿debería hacerme vegetariano para los restos?


                                                                                        Luiscar