En verano las noches en Madrid
suelen ser especialmente calurosas. Este hecho, unido con la gran afluencia de
visitantes, hace que nuestra ciudad se presente realmente abarrotada, tal como
se ve en las fotografías. Además, creo que es una buena idea el caminar por la
ciudad tal como lo hacen los visitantes, por lo que la otra noche hice un
recorrido de los que aconsejan en las guías de Madrid editadas en otros
idiomas. Normalmente el punto de partida no puede ser otro sino el kilómetro
cero, La Puerta del Sol. Desde aquí salen varios itinerarios, la calle Arenal
en dirección a la Plaza de la Opera y el Palacio Real, la calle Mayor que te
lleva en pos de la Plaza del mismo nombre, las Calles de Preciados, Carmen y
Montera en dirección a la Plaza de Callao y la Gran Vía, la calle de Alcalá que
nos dirige al sueño blanco de la diosa Cibeles y el Paseo del Prado, y por último, la
Carrera de San Jerónimo, cuyo asfalto te traslada hasta las Cortes y al sueño colchonero
de la Fuente del dios Neptuno.
En esta ocasión me decanté por la
Calle Carretas. A los pocos metros de iniciada la marcha, a mano izquierda, nos
entramos con la calle Cádiz, callejón hoy tomado por bares y restaurantes especialmente
dirigidos a extranjeros con especialidades típicas como la paella y los
mejillones. A mitad de la misma, a la derecha sale un callejón del mismo tamaño aproximadamente,
la calle de Barcelona, calle que no hace honor a la gran ciudad mediterránea,
como tampoco lo hace la de la tacita de plata, pero no hay que olvidar que
cuando se nombraron estas calles, su tamaño era menos menguado en relación a
los días que corren y las ciudades más pequeñas que lo que son hoy día. Pero
volviendo al recorrido no debemos perder la ocasión de entrar en el bar de la
esquina, así lo hice por primera vez cuando era niño de la mano de mi padre,
entrar por Cádiz y salir por Barcelona, el bar más grande del mundo rezaba la
coletilla.
Si seguimos por Cádiz, a unos
cuantos metros llegamos a la calle de Espoz y Mina, guerrillero de raza, azote
de los franceses durante la Guerra de la Independencia. La mayoría de los
negocios también se corresponden a lugares de ocio, ya sean bares de copas,
restaurantes o tascas donde todo el mundo en bien recibido, pero por lo general
son frecuentados mas por foráneos que por los locales. Una vez llegados a la
intersección con la calle de la Cruz, si giramos otra vez a la izquierda nos
encontramos con un callejón fundamental en la vida gastronómica de las tapas de
Madrid. En el callejón del Gato, que así es conocido por los castizos, se
sirvió por primera vez un plato de patatas fritas, precocidas antes, con una
salsa espesa de tomate y algún ingrediente picante especial que en todo el mundo se
conoce como Patatas Bravas. Y no olviden mirarse en los espejos de diferente
forma que adornan su fachada.
Más adelante se pueden encontrar
un par de locales más, La Taberna Pompeyana y la Fragua de Vulcano. En esta
ocasión, seducidos por los aromas de la cocina y el hambre decidimos entrar en
la Taberna Pompeyana. Desde la última vez que estuve el pasado invierno, han
realizado alguna reforma, pero no ha perdido ni un ápice de su encanto entre lo
naif-impresionista de los frescos pintados en sus paredes, y lo típico de la
carta, que si bien ha sido recortada, mantiene lo sustancial, a saber calidad
de productos y precios ajustados, sin olvidad amabilidad y disposición del
personal del servicio que siempre peca más por exceso que por defecto. Después
de la tortilla, el jamón o las croquetas, si seguimos por el callejón llegamos
a la Plaza de Santa Ana con sus terrazas, a la Plaza del Ángel con el Café Central
y a las calles Príncipe, Huertas y Prado en el corazón del Barrio de las Letras,
pero ese recorrido lo dejamos para otra calurosa noche de agosto.