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sábado, 25 de mayo de 2013

Angélica


     Comencé a escribir esta historia como un trabajo más de clase en el que tenía que idear una historia con algún tinte fantástico, pero, a la vez, quería darle un toque inesperado. Es esa sorpresa final lo que puede cambiar la realidad por la ficción; eso y que el final quede completamente abierto. Espero que os guste, pero que también sorprenda un poquito.
Angélica

  Estimada y lúcida dama de insondables respuestas: disculpa que interrumpa un momento de tu tan arduo trabajo, pero anoche vi una imagen que me ha conmocionado. Como bien sabes, soy bastante curioso y me gusta ver qué se cuece en Facebook; por eso todas las noches entro en mi página antes de acostarme. Te adelanto: no he dormido nada. Tampoco he podido levantarme en mitad de la madrugada como habría necesitado, tenía miedo de despertar a mi mujer y que me encontrara en el estado de inquietud que aún me embarga. La causa de mi desasosiego es algo que no consigo explicar, así que paso a relatarte los hechos.

 

  Si bien somos buenos amigos, nunca hemos podido intimar lo suficiente para hacernos confidencias de nuestras vidas pretéritas, quizás nunca se dé el caso, pero ahora he de preguntarte algo que considero muy importarte. Ayer entré en el enlace de tu última entrevista (por cierto el fotógrafo se esmeró más que otras veces) pero después de verte y seguir tu mirada hacía el entrevistado, me quedé a mitad de camino porque, desde el otro lado del cristal de la cafetería, vi la figura de un fantasma observándote. Su actitud desinhibida y de descaro, que no iba mucho con ella, me hace suponer que podía ser conocida tuya o de alguien de tu equipo, y por ello necesito saber si pudieras darme razón de ella.
 

 
   Incluso te diría más, su imagen es exactamente igual a la de una fotografía, la única que conservo de ella después de que una furia incontenible tras su pérdida me hiciera destruir todo aquello que conservara su imagen, su aroma o su presencia.


 
  Dado mi estado de ánimo, necesito comentarte que esa mujer fue mi primera pareja. La primera mujer que me miró como un hombre, la que me hizo sentir qué era vivir, la que me dio a conocer un antes y un después de su calor, la que me brindó esa entrega total de la persona y del alma. Por ella  recorrí medio mundo, o quizás todo él detrás de su sombra, de su verde mirada como ventanales a la campiña inglesa. Fue ella misma, la que una vez conseguí reencontrar en la parte más alejada del planeta para verla morir en mis brazos, donde exhaló el último suspiro y la luz de sus ojos se apagó para siempre. Ella me lo dio todo y todo me lo quitó el destino.
  Por favor, es perentorio para mí que me ofrezcas alguna explicación. No hay lugar a dudas, es la mujer que te mira tras el ventanal del Café Comercial en la última entrevista que has subido a Facebook.
***
  No he tenido tiempo aún de comprobar tus palabras, ahora te contesto a través del móvil, pero no te preocupes, seguro que es un error y tiene alguna explicación racional. En cuanto llegue a la oficina lo veo y te respondo.
***
  Estimado Miguel, no puedo comprenderlo, por más que miro y remiro las fotografías de la entrevista, no logro encontrar la imagen que me indicas. Bien es verdad que la realicé hace unos días en el Café Comercial, en una de las mesas que están junto a las cristaleras de la calle, pero en ninguna de ellas, en ninguna, aparece mujer alguna mirando hacia el interior. De hecho, he intentado hablar con el fotógrafo, que no es el habitual, sino un suplente que contratamos, pues Rafael lleva unos días sin aparecer por la redacción y tampoco he podido contactar con él. Lo seguiré intentando y en cuanto lo consiga y me mande la relación completa de las imágenes de la entrevista,  me pongo en contacto contigo. No creo que tarde mucho, Gabriel es una persona muy concienzuda y responsable, seguro que nos podrá ayudar a solucionar el misterio.
***
  Estimada dama de esperada luz, no creo que haya nada que me pueda desviar de la desazón que me invade. Era Angélica, sin duda. Angélica, estoy seguro. Te tengo que dejar ahora, está sonando el móvil. ¡No puede ser!  ¡me está llamando! ¡es ella!
 

viernes, 12 de abril de 2013

La Nada y el Vacío surgió de un trabajo de clase. Un nuevo reto que Esther no impuso. Después de habernos explicado, eso sí, con su verbo fácil los relatos de la creación del mundo que sobreviven en casi todas las culturas, nos pidió que imagináramos la nuestra propia de como se formó el mundo y así nació esta irreflexiva y caótica historia sobre la creación del universo
 
LA NADA Y EL VACIO


La Nada despertó. Buscó en la oscuridad a ambos lados de su lecho. Nadie la acompañaba y tuvo consciencia de su soledad. Decidió, entonces, que había soportado demasiada soledad en la eternidad de los tiempos y que necesitaba compañía. Primero pensó cuánto le agradaría oír una voz, pues el silencio era lo único que escuchaba más allá de sus pensamientos. Creó así el sonido. Como el tiempo del silencio ya había concluido, utilizó su voz para decirse a sí misma que a continuación nacería la luz. No soportaba ya el peso de las sombras y  
cuando creara lo que había pensado, quería que pudiera ser visto para que se pudiera conocer el grado de belleza de su obra. Así, abrió los ojos con fuerza y la luz nació.

            Una vez que ésta germinó, comprobó que nada había que ver o escuchar pues todo estaba vacuo, así que decidió crear la tierra firme, el mar y el cielo para que algo se pudiera ver y escuchar, y lo llamó Paraíso. Le gusto el nombre, pero nada en él se movía; era como ver una imagen fija eternamente y decidió añadir el movimiento. Creó los planetas y sus satélites y los ató con invisibles hilos para que sus orbitas estuvieran relacionadas y la noche y el día se sucedieran eternamente como en un infinito juego.

            Ahora que la Nada ya tenía qué ver, no tenía con quién comentar la belleza de los colores del atardecer, ni los del amanecer, ni las turquesas aguas del mar, ni las verdes praderas de trigo mecido por el viento; así que decidió entonces que no volvería a estar sola y modeló sobre las montañas un cuerpo a su imagen y semejanza y con la fuerza de un rayo le dio vida. Pero la emoción del último momento le hizo temblar y erró, y así el Vacío no se creó a imagen exacta de la Nada. Fueron sólo complementarios y cuando se acercaron comprobaron que sus cuerpos encajaban entre sí y fueron amantes. Tanto placer y tanta felicidad disfrutaron que decidieron extenderlos sobre la faz de la tierra, por lo que modelaron montañas con sus formas y todas aquellas que su imaginación alcanzaron a vislumbrar, y crearon tormentas que dieran vida a todas las criaturas sobre la superficie de la tierra.

             

LuisCar, 16 diciembre de 2012

martes, 26 de febrero de 2013


        No hay nada más triste que una mentira del ser querido. Siempre que esto ocurre, nos da por tomar el partido de la parte engañada, pero ¿qué ocurre cuando es la parte más débil la que engaña? Recordad el mito de D. Juan...
 
No es verdad…

No es verdad, ángel de amor,

que en esta apartada orilla,

más pura la luna brilla

y se respira mejor…

 

            Juan miraba con ojos cansados, había navegado con ellos todo el día y parte de la noche. Por ella era capaz de aprender largas estrofas de poesía, de los mayores esfuerzo y de esperar sentado toda la noche a que la luz del amanecer bañara su angelical rostro. Inés.

            Se había incorporado sobre la cama. No podía dormir, se encontraba exhausto, había trabajado desde el alba. No tuvo ni un instante de descanso, siempre concentrado en la tarea, salvo algunos momentos en que la recordaba para  hacerse más fuerte.

            Casi a oscuras, con la tenue luz del despertador y el mágico silencio de la noche, la miraba. Veía su figura modelada por el cobertor, jugaba con su respiración acompasándola a la suya. Al principio, el juego fue relajado y tranquilo, boca arriba era lánguida y serena, inspiraba con un dulce movimiento de pecho y expiraba con la misma suavidad que mecía su silueta en rítmico vaivén.

            Juan no dejaba de observarla, sus pupilas se habían dilatado como las de un felino para ver sus facciones. No lo necesitaba, podía describir por completo la orografía de su piel, tantas veces recorrida, con sólo cerrar los ojos. Dormía de una forma plácida y sosegada. Entonces, divagó unos instantes, paseó por las alturas, subió por empinadas laderas, bajó a los valles donde escuchó el arrullo del viento y regresó caminando sobre ardiente lava. 

            Un escalofrío le rescató del sopor y se dio cuenta de que instintivamente seguía jugando con su respiración. Comenzó a apreciar que era más liviana y confusa. Ahora se movía inquieta bajo el edredón, agitaba brazos y piernas en una danza extraña y desacompasada. Posó la mano sobre su frente, —sólo una pesadilla, se tranquilizó. A pesar de ello, seguía con su ritmo de respiración. Éste ya no era ligero, sino rápido y superficial, próximo al jadeo.

            De repente se desarropó, con sus piernas sacudió las sábanas hasta que se liberó del peso que la oprimía. Entonces, abrió los ojos y escuchó decir:

—Javier, cariño...   

domingo, 20 de enero de 2013

El caballero medieval


            Lo más divertido de escribir son los trabajos de clase. Somos bastantes, alrededor de una docena; cada uno con nuestras diferentes inquietudes respecto de la vida, la escritura, la música, la lectura, pero contrariamente a lo que se pudiera pensar, creo que somos un grupo homogéneo. ¿Por qué? Se preguntará el lector, pues porque, en el tiempo que llevamos juntos, hemos aprendido a entendernos, a respetar como es cada cual, a aplaudirle en lo que hace bien y en apoyar y criticar con el cariño con que lo haría un hermano, aquellas cosas que son mejorables. Esto no quiere decir que la crítica mordaz no haga acto de presencia, siempre planea sobre nosotros, sino que siempre es bien intencionada y con un sólo fin: nuestro crecimiento literario e intelectual.
            Es por todo esto, que para nosotros la asistencia a clase es uno de los momentos de la semana, por lo cual solo fuerzas de causa mayor pueden impedir nuestra asistencia. En uno de esos días, la profe nos explicó qué eran los mitos de la creación y las leyendas -la clase teórica está ya subida en el blog de los cuentistas del Rabal- y como colofón en la siguiente clase, teníamos que jugar a ser dioses creando el mundo, éste o cualquier otro que se nos ocurriera, o a ser charlatanes creando una leyenda. Yo, por mi parte, como mis compañeros ya saben de qué pie cojeo –el arte, la historia, los museos, la ciencia ficción, la novela negra, el misterio- y qué es lo que mas me gusta leer y escribir, nada tuve que comentar cuando leí en clase esta invención de leyenda. Espero que sea del agrado de todos...

El caballero medieval

—Mi brigada, parece que ha visto un fantasma. ¿Qué le pasa, si sólo ha mirado la lista de servicios para esta noche? Hay luna llena pero no es para tanto
— ¿Sabes qué día es hoy?
—Claro, mi brigada, hoy es domingo, 10 de julio, el cumpleaños de mi madre. Voy a comer con ella y luego, a las nueve, cuando sea la hora de cerrar el museo entro de guardia con Vd., mi brigada.

             El brigada Chaparro no podía creer su mala suerte; qué malaje, se decía en su tierra. De estatura breve y amplio estomago, hacía honor a su apellido, mientras el cabo primero profesional, que así se hacía llamar, chusquero para todos los demás, se llamaba Olmo, alto y corpulento como el árbol que no aún contraído la grafiosis. 

—No es que quiera darte una clase de historia pero, ¿sabes cuál es la pieza más importante del museo?
—Por supuesto, mi brigada, recitó de carrerilla, las piezas más importantes del Museo del Ejército son: la capa de Boabdil, ‘El chico’, la armadura de Carlos I y, por encima de todas ellas, como reza el folleto de la entrada, la Tizona, la espada del Cid Campeador.
— ¿De verdad que no has oído nada al respecto?
— ¿Algo de qué, mi Brigada?
—No, si va a ser verdad que te has ganado a pulso el apodo de chusquero.  ¿Sabes lo que vamos a hacer esta noche? Tú y yo nos vamos a encerrar en la sala de banderas y de ahí no nos va a mover nadie hasta que amanezca. ¿Entendido?
—Mi brigada, por favor, explíqueme de qué va todo esto.
—Voy a contarte una historia, pero cuando termine nunca la harás mención, yo negaré haberla contado y juraré sobre la Biblia que nunca oí hablar de ella.

            Fue hace bastantes años, yo aún no era brigada, acababa de pedir destino en Madrid y el museo podía ser un destino tranquilo. Así, que todo ufano y contento, me dispuse a hacer mi primera guardia nocturna por los pasillos de este edificio, que como ya debes saber fue el salón del trono que formaba parte del Palacio de Buen Retiro. Por un lado, pensé que sería un trabajo relajado donde pasear y dejar sestear los días hasta la fecha de mi ascenso, en la que podría pedir un destino más acorde con mis aptitudes y mis deseos, una tranquila oficina en alguna ciudad del sur, junto a mi amado mar Mediterráneo. 

            Aquella noche no la podré olvidar jamás. Domingo, 10 de julio.  Nada más cerrar la puerta y apagar las luces del edificio, un ruido de cristales rotos atronó en el interior. Rápidamente, los que estábamos de guardia nos dividimos en dos grupos, unos a rodear el perímetro exterior, los más y otros, el brigada Plácido y yo mismo, corrimos por los pasillos en busca de la causa de aquel estrépito. En nuestra carrera, jadeantes y azuzados por la adrenalina de nuestra sangre, llegamos hasta la sala de armas blancas donde nos encontramos una vitrina rota y sus cristales desperdigados por todo el suelo.     Lo peor, La Tizona, desaparecida. Escuchamos sonido a lo largo de los pasillos, incluso llegué a creer que había escuchado metales golpeando entre sí, relinchos y ruido de cascos a la carrera. Pasado el primer momento, todo permaneció en silencio. Encendimos todas las luces del museo y recorrimos las estancias, los pasillos, las oficinas, hasta llegar a las buhardillas y los sótanos. Hasta llegar a una conclusión: nadie había entrado, nadie había salido. 

            Una vez hubo terminado la ronda completa, apostamos vigilancia en los lugares de entrada y salida, y nos dirigimos al cuerpo de guardia para hacer el informe que habríamos de presentar a nuestros superiores al día siguiente de aquella pavorosa noche. Fue entonces, cuando los mismos ruidos se reprodujeron y al llegar de nuevo a la sala de armas blancas, cuál no sería nuestra sorpresa, al ver vimos cómo una figura a caballo, vestida con yelmo y cota de malla, depositaba la espada en la urna de cristal para desvanecerse lentamente a la vez que los rayos de sol entraban por los huecos de las contraventanas. No habríamos creído lo que vimos si no hubiera sido por el reguero de sangre que dejó tras de sí, la misma que goteaba de la Tizona y por la cabeza que se encontraba pinchada en la pica del alabardero que se encuentra junto a la puerta de la sala.

            Muchos son los testimonios de personas que dicen haber visto la figura de un caballero medieval que cabalga por el Retiro blandiendo una espada en noches de luna llena, y todos ellos coinciden en la fecha, domingo, 10 de julio, aniversario de la muerte del Cid Campeador.


lunes, 17 de diciembre de 2012

Un Segundo en una vida

Escribí "Un segundo en una vida" a principios del verano pasado. Fue una inspiración repentina. Paseaba por la Plaza de Santa Ana y por la Plaza del Angel en un recorrido habitual. Me gusta caminar por esas calles y ver la animación de la gente en las terrazas, en los bares o incluso en los mismos bancos de la plaza. Calles como Espoz y Mina, Alvarez Gato o la calle de las Huertas, forman parte del paisaje de mi vida. La historía surgió ese día en un instante en que me quedé mirando la cartelera del Café Central. Espero que os guste y que me ayudeis a seguir mi camino con vuestros comentarios.

Un segundo en una vida

            Entró por última vez en el Café Central. Estaba segura de lo que iba a suceder. Lo había meditado durante toda la noche anterior al ritmo de los ronquidos del bruto que dormía a su lado. En un tiempo estuvo convencida de estar profundamente enamorada de él pero, ahora, sus ojos no veían en él sino un amasijo de secreciones, sonidos guturales y hediondos olores corporales.
            En su juventud aquel café había sido uno sus lugares preferidos, había aprendido a escuchar una música que no estaba en los circuitos comerciales, había admirado a músicos que, con sólo un instrumento de metal, eran capaces de alcanzar su más interno yo y había reído con la pandilla. Se había hecho adulta, sin darse cuenta.
Comenzó a elegir entre opciones, a esperar que los problemas desapareciesen por sí solos o bien  afrontarlos con la sensación de no tener a quién recurrir en caso de cataclismo.
            Se sentó en el banco corrido forrado de negro, justo en la esquina bajo los espejos. Era un buen lugar, desde allí podía observar todo lo que ocurría a su alrededor. Estaba como en un pequeño edén; a su izquierda una pareja malhumorada discutía en voz baja con una mayúscula dinámica corporal, a su derecha, otra pareja, ambos mucho más jóvenes, se abrazaban y besaban con una, también, robusta gesticulación visual.
            En seguida se acercó un joven camarero de azules ojos y ajustado mandil que portaba sobre la bandeja un servilletero, una carta y la más grácil de sus sonrisas.
-          Hola, ¿qué vas a tomar?
-          Algo oscuro, ¿qué me ofreces?
-          ¿Te refieres a algo oscuro como la Coca-Cola o a algo más sutil como un coctel de sangre de virgen sacrificada bajo el influjo de la luna llena.
            Aquella respuesta le sorprendió, no esperaba en ningún caso ese atrevimiento por parte del joven camarero; pero le hizo gracia y así, sin querer entrar en su juego,  contestó con un tono de firmeza en la voz.
-          No, mejor me vas a poner un café, bien cargado, para estar atenta cuando sea la hora de tomar ese coctel que me has ofrecido. Supongo que no se servirá hasta la media noche y que a esa hora esto estará repleto de espíritus inquietos, ¿verdad?

            Una vez se hubo alejado el camarero, se fijó en el triángulo de sus espaldas. En otro tiempo, habría actuado, pero esa noche el guión ya estaba escrito y no estaba dispuesta a improvisar. Le había costado un enorme esfuerzo decidirse, después de todo lo que había sucedido. No había marcha atrás.
Llevaba la cápsula en el pastillero; si no lo hacía esta noche, quién sabe cuándo volvería a reunir el valor suficiente para acometerlo, intentarlo; no volvería a dejarse llevar por los acontecimientos. Era el momento de retomar las riendas de su vida y quería marchar al paso, nada de galopar, eso se había acabado; no, se negaba a caer de nuevo en el mismo error. Nunca más volvería a ocurrir.
            Estaba triste. Una melodía con base de contrabajo y un piano le hacían recorrer oscuros pasadizos de melancolía. Sonrió amargamente. Como réquiem no estaba nada mal.
El camarero se acercó con un café humeante, repleto de crema hasta el borde.
-          Si es un chiste gracioso me lo podías contar.
            Sus miradas quedaron ancladas, la de ella, glacial, sostuvo el pulso hasta que al camarero no le quedó más remedio que recular (qué seguro está de sí mismo, ¿tendrá la misma seguridad dentro de veinte años, cuando tenga más calva que pelo?)
-          No, muchacho -quiso bajar aquellos humos que emanaban de su sonrisa angelical-, no es un buen chiste, pero jóvenes como tú me los he comido para merendar a centenares y ninguno se me ha indigestado.
-          Disculpa, sólo pretendía ser amable, no obstante, si no tienes nada mejor que hacer salgo a la una. Si te parece, podemos tomar una cerveza mientras me devoras.
Era obvio que le gustaban los retos y lanzaba su red al vacío en busca de pesca fresca.
-          ¿Eres así de pertinaz con todas las mujeres o sólo con la maduras que van desamparadas? Anda, artista, tráeme un vaso de agua mientras pienso en cómo te cocino.
            Le siguió con la mirada, pero esta vez sí se fijó en sus movimientos, en lo que hacía y en cómo conversaba con los demás clientes. Parecía aún más tierno de lejos que cuando lo tenía delante. ¡Menudo embaucador! Seguro que había batallado en muchos más lechos de lo que su joven apariencia podría indicar. Parecía de esos que llevaban un cuaderno con las anotaciones de sus conquistas; desde que el mundo era mundo y el hombre era hombre, siempre hubo a quien le gustaba propagar a los cuatro puntos cardinales sus conquistas, bien para sentirse  poderoso o bien para que los demás hicieran que uno desea; qué era eso sino poder. Pero ahora éste era suyo, de nadie dependía, ni de nadie recibía instrucciones. La decisión estaba tomada y ese era el momento.
            Pedro Iturralde interpretaba el saxo a través de los altavoces, las notas flotaban en el ambiente, danzaban entre los reflejos de los fríos espejos que estaban enmarcados sobre los asientos. Tenía las manos heladas, no notó la fría sensación del mármol bajo sus dedos, era el acto de decisión final. Puso el bolso sobre la mesa, rebuscó en él hasta encontrar el pastillero. Lo abrió. Tomó la ampolla que contenía el líquido claro y lo escanció sobre el café. No tenía nada escrito, ni a quién escribir; su legado se había perdido ya, Alba se lo había llevado. Era a quién lo hubiera donado, pero la vida es a veces como una broma pesada, cuanto más dura, menos gracia tiene vivirla; y los últimos años, sin duda, habían sobrado.
            Asió la taza. Estaba preparada. Recorrió la sala con la mirada, trató de fijar la imagen del momento en su retina y después contemplo detenidamente la foto de Alba en su sexto cumpleaños. Quizás lo último que viera fuera lo que perdurara en su consciencia para siempre; si es que había un siempre o quizás un nunca jamás. Estaba cansada. Cerró los ojos, abrió la boca y tomó un sorbo, comprobó que estaba caliente pero no quemase, no soportaría quemarse la boca, y así, de un sorbo, bebió el resto hasta vaciar la taza. 
            En primer lugar, notó el calor del líquido que bajaba por el esófago hasta llegar al estómago. Comenzó a oler a almendras amargas y supo que estaba en camino. Había tomado un billete de ida para un crucero, sin trasbordos ni regreso.
            Un enorme dolor le contrajo el abdomen. Se cubrió con los brazos para evitar que explotara; como si un alien alojado en su interior, estuviera desgarrándolo por dentro para poder salir. Comenzó a faltarle el aire y a su cabeza acudieron imágenes, aromas, sonidos y sensaciones, todos ellos recordándole quién había sido.
"¡Qué aroma a café!, uh. ¡Qué amargo! ¿Vienes? Vamos a dar una fiesta en casa de Lucía… Escuchó llorar, un llanto lento, lánguido, más bien parecía que alguien estaba sollozando, susurrando en su oído palabras mágicas. ¡No te vayas, aguanta!.. Sintió el calor de unos labios recorriendo su cuello hasta quedar sellados en su nuca, después de desplegar sus brazos alrededor de la sedosa cintura, arribaron al húmedo puerto de su boca…
Escuchó un fuerte estruendo a su alrededor, abrió los ojos y notó que todo a su alrededor se movía
¡Mami, mami, corre, ven..! El viento sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el norte. En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo, trapos, paja y papeles que iban de arroyo en arroyo, de acera en acera... No me digas que no te atreves, ven conmigo, ¿ves ese hotel? Desde arriba se ve la terraza del Café Central y al otro lado la estatua de Lorca, hagámoslo allí arriba… ¿Por qué te fuiste, Alba? Mi niña de piel de cristal, tan pequeña… Abrázame fuerte, ¡déjame escuchar tu corazón! ¡Cómo palpita! ¿Podemos repetir eso..?
No podía respirar, su cerebro daba órdenes pero su cuerpo no respondía.
…Es una verdad universalmente reconocida que al hombre soltero, poseedor de fortuna cuantiosa, le hace falta casarse… Me haces daño, los brazos escudando la cara, acto reflejo tantas veces repetido… escribir esta noche…La tórrida lluvia recorría toda su  piel, las gotas de agua dibujaban autopistas en su espalda desnuda, Fran, desnudo también, corría hacia ella en la solitaria playa…Yesterday, all my troubles seemmed so far away…
Su estómago recibió una sacudida más; algo líquido inundó su interior. Intentó hablar pero la lengua no se pudo mover, tenía algo en la boca que se lo impedía
Love of my life you hurt me, you broken my heart and now you leave me…

Vomitó, cerró los ojos y esperó.
            …Las manos teñidas en rojo, bajo la ducha frotaba todo su cuerpo con desesperación. Quería lavar su culpa. El líquido carmesí teñía el agua que goteaba en la porcelana blanca; miedo, frio, liberación, estaba hecho…sentada en el suelo junto a él inerte, ella, exhausta…bienvenida mi niña de piel arrugada ¡qué pequeña eres!... Dos por dos, cuatro, dos por tres, seis...Yo he visto cosas que vosotros no creeríais, atacar naves en llamas mas allá de Orión, he visto rayos C brillar en la oscuridad, cerca de la puerta de Tanhauser, todos esos momentos se perderán en el tiempo como lagrimas en la lluvia, es hora de ...
            Quiso abrir los ojos pero no pudo. Esperó y siguió esperando, tenía grabada una imagen del Café Central y una niña sonriente en la retina que poco a poco se fundió en negro.

lunes, 5 de noviembre de 2012

El Arcángel de Piedra

Martina se encontró sentada en el frío suelo del cuarto de baño. Sudorosa, desnuda y aterida, sollozaba sujetándose las piernas entre los brazos. Cubierta solo por una blanca sábana, no recordaba qué había ocurrido y porqué estaba allí.
            La lluvia golpeaba los cristales con fuerza, su sonido reverberaba en el cuarto mientras las gotas de agua resbalaban por entre las baldosas grises que  cubrían sus paredes. Al otro lado de la ventana, el cortejo caminaba despacio por el sendero que cruzaba la esmeralda ladera, entre el palacio y el horizonte marino.

            Cerró los ojos para poder ver y la noche se cernió sobre ellos, los abrió de nuevo y descubrió sobre la cortina de agua el reflejo de un Arcángel de piedra que blandía una espada de fuego al viento. Le llamó con la mano en un ademán lánguido primero, después febril y por ultimo enérgico. Era él, había velado sus sueños y también sus pesadillas y, ahora, le observaba suspendido sobre el arco de piedra.
            Frente al espejo miró su imagen, su pálida piel, blanca como una mortaja, trascendía sobre el haz de luz que se filtraba bajo los densos nubarrones. A través de la tormenta, pudo ver el arco multicolor que se posaba sobre el mar. No le pareció una casualidad que éste enmarcara la fachada de piedra marmórea, sobre la cual sobresalía la ardiente espada del Arcángel. 
                        Sintió entonces una punzada de fuego en el estómago y tuvo la imperiosa necesidad de saltar por la ventana. Se levantó y se sintió ligera como la brisa de las marismas y fría como el viento que arrasa las cumbres nevadas. Se irguió sobre el alfeizar, y de pronto, se encontró flotando sobre un tobogán de luz que, en un instante, la depositó sobre un arco de piedra bajo la lluvia que arañaba los negros paraguas de la comitiva.
                        Escuchó el bramido de la cercana galerna y percibió el aroma a salitre. Mientras, tomaba consciencia de su situación. Le sorprendió un desaforado trueno y la descarga simultánea que la dejaron inmóvil con el brazo en alto, en un intento de alcanzar la luz o quizás, en un último acto de súplica al infinito. Fue cuando recordó lo qué había ocurrido y porqué un blanco sudario cubría su piel.
Ahora era consciente de lo que significaba aquel lugar y de que el Arcángel pétreo, que había abierto los goznes de sus sueños, era su destino para la eternidad.

LuisCar, 4 de octubre de 2012

jueves, 26 de julio de 2012

El Club de los Martes


              JJ y Paul acababan de amarse y estaban tan exhaustos como extenuados; tenían sus piernas entrelazadas para aumentar la superficie de contacto, piel junto a piel. Una vez hubieron terminado, llegó el momento del cigarrillo y de la charla banal. Pero en esta ocasión no ocurrió así; llegó Margot, tan vehemente en el colchón de agua, como cuando tenía la cámara de fotos entre las manos. Una vez se introdujo bajo las sabanas de satén asalmonado, surfeó sobre sus olas hasta naufragar entre las piernas de JJ. Margot pedía más, su voz se presentaba plena de placer, pero no exenta de la frustración por saber que aquellas sensaciones serían finitas en el espacio y en el tiempo.
Como sucede con las dietas, en las que se alternan los alimentos, decidieron sustituir el café de media tarde por algo más suculento. El brillo del deseo no había desparecido de sus ojos a pesar del cansancio. En sus miradas se incineraban los reflejos de sus cuerpos entrelazados, al igual que en el espejo redondo que habían ordenado sellar en el techo, aparecían desnudos, sudorosos, deseosos de nuevas sensaciones en el juego amatorio que tanto les satisfacía.
Era el último martes del curso, la última reunión del club por aquel año; todos los martes, mientras sus parejas asistían al curso de relato breve en el centro cultural, ellos se reunían, a sus espaldas por supuesto, para hacer otro tipo de exploraciones y divagaciones sobre el ser humano.
Estaban terminando, llegando al clímax cuando se reflejó en el espejo la figura semi desnuda  de Agnes; no era frecuente, pero esta vez llegaba tarde a su cita semanal. Como siempre, tan dispuesta a apoyar a los desfavorecidos como a entregarse con la máxima intensidad en todo lo que hacía, sopesó las sombras de los pliegues de seda en la silueta de Paul y se zambulló en sus brazos. Este callado, sombrío, auténtico, la recibió como el místico que abraza la luz de la revelación y juntos, los cuatro, se amaron con la desesperación de saber que quizás la noche no relevara al día.
Freddie no asistió aquel día. El día anterior había avisado a JJ de que no podría ir. Tenía que dejar un par de paquetes en el centro cultural y no estaba seguro de poder llegar a tiempo.
Apenas les quedaba tiempo, la clase terminaba y debían recoger a sus respectivas parejas. Fue así como se conocieron, a la salida de clase, mientras esperaban que salieran del centro, pitillo en mano y sonrisa forzada en ristre. De alguna forma, todos estaban sorprendidos de los comentarios de sus respectivas parejas. JJ no podía salir de su asombro con las nuevas perspectivas abiertas en el lenguaje de Eva, y no era la excepción, al igual que sus compañeros de tertulia del aula 13 de la primera planta y después, en la mesa del bar de la esquina, hablaban de crecimiento, pero no sólo intelectual, sino también de mayor consciencia y de interés en el mundo que le rodeaba.
Silvie comentaba que ya no veía personajes planos agarrados en la barra del metro, sino que, como voyeur infiltrada, descubría aristas en sus miradas, cómplices algunas, otras de deseo o acaso de frustración, muchas de pesadumbre y las más de indolencia. Tony no dejaba de hurgar en su más íntimo yo para ser capaz de abrirse y exponer su don, esa cualidad con que la naturaleza le equipó de serie, que no era otra cosa que la fina ironía de encontrar el lado cómico de cualquier hecho cotidiano.
En sus comentarios no olvidaban al alma mater de aquellas reuniones de cuentistas, que por mor de su carisma, no cejaban en esforzarse en encontrar su camino interior contando historias ajenas que en el fondo no hacían sino repetir de diferente forma sus inquietudes y sus esperanzas. Joseph, callaba, ante los comentarios de sus compañeros. En otro tiempo, cuando aún llevaba pantalones cortos, sus amigos le llamaban “buitre” porque lo aprovechaba todo  y cuando le era necesario utilizaba lo aprendido; siempre le fue más sencillo expresarse con la palabra escrita que con el verbo, después de todo, fue precoz a la hora de aprender las letras y retrasado a la hora de hablar y caminar ¿Porqué gastar energía si lo que has de decir no es más bello que el silencio?
Habían encendido el segundo cigarrillo y seguían con su charla banal, pero ya hacía tiempo que deberían haber salido y ésta decaía. JJ, con su barba tan bien perfilada como un paisaje de Constable y envuelto en su pañuelo de seda de Hermes, color regalo de Navidad, disertaba sobre la mejor manera de exponer ideas en diferentes planos temporales, dando un curso de cómo organizar los post it en la pared sin dejar escapar ni una sola idea; pero no pudo terminar, una explosión les lanzó al aire hasta caer magullados sobre un lecho de cristales rotos con sus miradas perdidas en el cielo. En un  instante comenzaron a sonar las alarmas de incendios y a continuación una columna de humo denso se expandió por el centro hasta salir por sus ventanas como lenguas de fuego en la boca de un dragón desbocado.
Pasados unos minutos, magullados pero vivos, recuperaron el aliento y pudieron incorporarse; vieron entonces, como llegaba el primer coche de bomberos de donde descendieron los primeros efectivos, que cubiertos con la escafandra antigases y armados con hachas, sin dudarlo un momento, se adentraron en aquella tormenta de humo y llamas que salía del edificio.
No transcurrió mucho tiempo hasta que escucharon otra explosión en el interior; entonces por una ventana lateral salió una nueva columna de humo negro que por un momento les pareció que tomaba forma de dos enormes seres alados en mitad de un combate para desvanecerse después en su camino hacia el cielo formando, ahora sí, los típicos hongos del humo.
            A nadie le extrañó que aquellas cinco personas asistieran juntas al sepelio que se organizó días después por el fallecimiento de las víctimas; ni tampoco, que abrazados entre si se consolaran con muestras de un profundo y delicado cariño. Tampoco nadie advirtió, que a partir de aquella fecha, las reuniones sociales que tenían lugar en Chalet de la Calle de los Arcángeles, número trece, se sucedieran a diario.

jueves, 24 de mayo de 2012

Berlín


No puedo saber si fue sueño o ficción, tampoco realidad. Me despierto y busco en tu lado del lecho. Aspiro esa fragancia que huele a ti cuando no estás. Desesperanzado, ansío los rayos de tu luz sombría, la que descansa sobre tu figura y surca el suave lienzo de tus sentidos. Ligera como tu mirada, tu ausencia continua luce paciente y embarga el aroma de tu perdida presencia.
Sello mis ojos de nuevo, percibo el tintineante baile de las tinieblas rasgadas por la fina lluvia. Sueño. El fulgor de las farolas en el húmedo adoquín te muestra el sendero; la sombra marcada por la silueta de tus pasos te acerca a mí.
Llueve, mi amor, y con los ojos cegados te veo marchar. Observo cómo para volver navegas por el turbulento océano de la noche, esa oscuridad que está dispuesta a engullirnos y que, en ocasiones, nos ilumina en la esperanza de escapar.
Me levanto, es media noche. Todo está oscuro, pero sé que nada malo va a pasar. Elevo mi plegaria: te espero, regresa, vuelve, mi amor, son sólo unos metros más de la siniestra pared para volver a sentir tu corazón junto a mí...

Hoy empiezo a recordar, después de tantos años, la brisa sobre el frío canal. Me pregunto dónde estarás, y sé que jamás lo volveré a soñar. La suave luz de aquel atardecer me confirmó lo que ya sabía ayer, y entonces vuelvo a rememorar los sonidos que aquella noche escuché al otro lado del lóbrego mural...

Llueve en Berlín mi amor sobre los dos... (Berlín, La Unión, 1992)



Madrid, 20 mayo de 2012

domingo, 22 de abril de 2012

Atrapados

Intentaron abrir la puerta. Primero tiraron del pomo con fuerza, después de forma desesperada y por último con extrema violencia, pero no cedió. Los móviles comenzaron a encender sus pantallas, a reproducir sonidos interpretando una melodía dodecafónica imposible de comprender.
            Se escucharon los gritos desde el interior. A continuación la luz se apagó por completo a la vez que una fuerte explosión retumbó en la planta inferior. Se levantaron  atropelladamente en dirección a la puerta, tanto con la intención de salir, como con la de saber qué había provocado la deflagración. Tropezaron con las mesas y con las sillas que cayeron provocando un gran estruendo al chocar contra el suelo. Después del momento inicial, el ruido fue apagándose poco a poco hasta hacerse el silencio. La temperatura se elevó de forma repentina y comenzaron a sudar. Hicieron un nuevo intento para salir sin conseguirlo. La puerta permaneció infranqueable pero un humo denso y corrosivo fue entrando bajo la puerta.
            Comenzaron a sentir la garganta ardiente y los ojos llorosos mientras las lagrimas caían en dirección a la moqueta. Poco a poco fueron cayendo, uno tras otro, entre las convulsiones producidas por la tos y la falta de oxígeno.  Perdidos y abandonados de sí mismos, sintieron una nueva explosión; la sala se ilumino con el estallido y... estaban allí, los vieron por primera vez. En una esquina de la sala, enfrentados unos a otros, unos seres alados, trasparentes, de apariencia humana, jugaban de forma indolente con unos dados en un tablero. Las fichas se movían solas, se trasladaban de una casilla a otra automáticamente tras la tirada. El juego debió llegar al final cuando el rostro de uno de ellos representó la derrota mientras el grupo restante iniciaba su camino hacia el grupo para tomar lo ganado. Fue entonces cuando ocurrió, la puerta se abrió y entraron unos seres uniformados con escafandra y armados con hachas que atacaron a los seres alados mientras éstos se desvanecían dejando tras de sí el tablero y los dados.
            Aún hoy pueden contemplarse las inscripciones a ambos lados del tablero en el museo local: Uriel y Azrael

lunes, 26 de marzo de 2012

Carta de amor (a una desconocida)




Para la luz de mi sombra


Etérea luz que flotas en el ámbar de su mirada,
sensual figura que trasmuta movimiento en deseo,
espíritu ardiente que fascina al aire con su contacto soñado.



Esquiva esperanza en la miel de tus ojos
confluye en el abandono de mi esencia.



Responde, desconocida amada, a mi solícita desdicha,
pues tan fuerte es el lazo que a ti me empuja
que con el ánimo de tu anhelo cualquier otro rompería,
si no fuera porque no hay placer más dulce que estar preso de tu esencia.



Abrásame, venerada desconocida, que de tanta congoja regada en rojo flama,
y con tu ausencia sentida, enterraré mi dicha y, víctima de ávida pasión,

moriré en la bruma de tu soledad errada, pues estando a tu lado,

exhalaré el ardiente aroma de tu helado corazón,

que desconoce mi ansia de por tí ser amado.

* * *



Respuesta a un carroza



Pasa, tronco, ¿Me estás vacilando? ¿Pero de qué vas, carroza? ¡Vaya golpetazo que tas dao en la chola! Todas las words revueltas, que si anhelo, que si congoja y aroma. Pero tío, qué dicha ni desdicha, si te contara lo que dice el Rober…


No sé quién eres, pero por la lengua tiés que ser mazo friki hasta arriba de garrafón. Seguro que eres más estirao que la lengua de un camaleón y tienes más años que Cervantes. Abre bien las orejas que no te lo voy a repetir más: contigo tío, ni a la puerta del ‘tuto. Solo una vez más y se lo cuento a mi novio, el Rober, el quebrantahuesos.