domingo, 21 de octubre de 2012

La Promesa, relato policiaco por entregas

He estado leyendo las entradas del Blog de mi amigo Vicente y me ha hecho recordar, cuando no, rememorar muchas cosas. Creo que ambos comenzamos a escribir a la vez, pues al igual que comenta Vicente, yo no había escrito nada de ficción hasta que el azar o el destino, me transportó hasta el aula número 8 en la primera planta del Centro Cultural Paco Rabal.
Es verdad que los primeros días fueron muy duros, estábamos perdidos, perdidos, lo que se dice perdidos y mucho, pero poco a poco, con la estopa que nos daba la "profe", aquella aula sobrepoblada como lo están hoy las aulas de los colegios y las facultades, pasó a estas habitada por unos cuantos elementos, que a modo de esponja, absorbían cualquier indicación y correción.
Fruto de esos primeros días, quinto a sexto trabajo de clase, es este relato que se titula "La Promesa" y como en casi todo los que escribo la música o el arte tienen una gran importancia en el desarrollo del relato. Y como ha hecho Vicente, y desde aquí reconozco el plagio, voy a ir subiendolo por entregas, pues aunque no es muy largo, reconozco que son muchas páginas para leerlas de una tacada en el ordenador.
Además, como la escritura tiene que ser algo vivo, reto a quién quiera participar en darme ideas o sugerencias para modificar el desarrollo y el final del relato. Ahí está el guante, espero que haya alguien que lo recoja...


La Promesa

ENTREGA  I
—Lorenzo, ¿dónde estás?, ¿porqué no coges el móvil?
—Domingo, estaba ocupando, por las noches suelo dormir.
— ¿Ocupado? Vamos hombre,  que no tengo edad para tonterías. Deja tu ocupación o lo que sea, tal como esté, y echando leches. Tenemos un fiambre y según me ha dicho el jefe, lo han pasado por la picadora.
—Dios, ¡Cómo está el hampa! ¿Es que no descansa nunca? ¿Ni siquiera puede uno relacionarse con sus semejantes un domingo por la noche?  ¿Dónde nos vemos?
—Plaza del Ecuador 7.
            Lorenzo y Domingo llegaron unos minutos antes que el juez de guardia. Un aviso anónimo había alertado al 112 de la existencia de un cuerpo en una acera frente a la Plaza del Ecuador, una zona con un pequeño jardín pegado a un aparcamiento de escasa iluminación y a unos metros de la confluencia de las calles Serrano y Príncipe de Vergara.
            Las tres de la madrugada, Domingo se agacho junto al cadáver e indicó a Lorenzo que se acercase.
—Mira Lorenzo, -dijo a la vez que levantaba la sábana de aluminio que tapaba el cadáver- ¿Quién crees que ha podido hacer esto? Da una vuelta por los alrededores a ver si encuentras algo, pregunta si hay algún garito abierto y si ves a alguien, le haces las preguntas de rigor.
            Del primer examen visual sólo pudieron determinar lo más evidente, varón, de raza blanca, uno setenta y cinco de estatura, mediana edad, por las facciones probablemente español. La causa de la muerte estaría relacionada con las dos heridas que se encontraban en la espalda, arma blanca indeterminada, las manos amputadas; el forense lo corroboraría después, pero parecían cortes limpios, sin desgarros, ropa cara, traje, corbata de seda, habría que ver las etiquetas, ojos cerrados y boca ensangrentada. No tenía documentación, los bolsillos vacíos, no llevaba ni calderilla, sólo se encontró en el bolsillo interior de la americana un Ipod de los que se sujetan por una pinza.
            Ambos agentes tenían claro que aquel no había sido el lugar donde se había producido el crimen, ni las amputaciones. No había sangre, ni los restos del cadáver pendientes de localizar.
            Una vez que llegó el juez ordenó el levantamiento del cadáver, Domingo llamó a Lorenzo que estaba realizando la infructuosa ronda.
—Vayámonos a comisaría. Avisa a Adriana, la quiero a primera hora en la oficina y con la pizarra preparada. Tenemos muchas preguntas, de momento ninguna respuesta y por el estado del fiambre, mañana a primera hora saldrá la información en todos los telediarios y menos mal que es de madrugada, si no hasta en los diarios gratuitos.
—Domingo, ¿a ti que te parece?, no estamos acostumbrados a encontrarnos cadáveres por entregas y en principio, como opinión y a falta de los indicios que nos dé el forense, no sé muy bien por donde podemos empezar.
            El reloj de comisaría marcaba las ocho de la mañana cuando Lorenzo entraba en el despacho de Domingo. Nadie sabía nada de su vida privada, de su familia, si es que la tenía. Sólo que no soportaba la música que Lorenzo le obligaba a escuchar a todo trapo en su coche. Tenía alrededor de cincuenta años, así al menos los calculaba Adriana, que utilizando complicados cálculos sobre la cantidad de pelo restante y su relación inversa respecto de las canas y las entradas, junto con el desarrollo evolutivo de las tallas de su cintura, había llegado a esta conclusión. Observadora como ninguna, no se le escapaba detalle alguno de aquellos que la mayoría de los hombres jamás serían capaces de intuir ni siquiera su existencia. Joven e introvertida, todo su caudal creativo lo dirigía hacia la red, donde con tiempo y paciencia, era capaz de localizar cualquier información susceptible de ser encontrada. Adriana, sólo tenía ojos para Lorenzo, atlético, extrovertido y locuaz, le gustaba jugar con el lenguaje, pero sobre todo cuando para exasperar a Domingo, rebuscaba extraños sinónimos en vez de utilizar el lenguaje cotidiano, y eso a ella le fascinaba. Pero a Lorenzo poco le importaba; él no se fijaría en nadie cuya ropa interior no tuviera un alto contenido en encaje de color rojo y negro, compraba el As para ver la foto de la contraportada, y ella a pesar de apetecerle a veces, no estaba dispuesta a entrar en una dinámica como aquella, aunque si se ponía a tiro ¿a quién le podía amargar un dulce? Pero a pesar de todo, Adriana estaba de acuerdo con Domingo, Lorenzo podía presumir de su ingenio, su intuición y su capacidad de trabajo.
Cuando llegó  Domingo, el resto de equipo estaba tomando café delante de la pizarra.
—Buenos días, chicos ¿qué tenemos?
—Verás Domingo, preguntas, preguntas y más preguntas. ¿Quién? ¿Cómo? ¿Dónde? y ¿porqué?
—En primer lugar hay que identificar el cadáver. Una vez que conozcamos el entorno será más fácil.
— ¿Adriana? –señaló Domingo para que iniciara su exposición.
—Si Domingo –se levantó hasta acercarse a la pizarra donde hizo las anotaciones a la vez que hablaba- Acabamos de recibir el informe del forense; lo que intuíamos, La causa de la muerte fueron las dos heridas de la espalda, el cadáver tenía amputados las manos y los dientes. Por la forma de la herida quizás un cuchillo de cocina y el corte de las manos es bastante limpio, post morten de solo dos tajos, por la forma parece un machete. Las encías destrozadas, le arrancaron los dientes uno a uno, pongamos que unos alicates o unas tenazas, vamos la boca hecha un Cristo; así que para identificarle sólo tenemos de momento el ADN. Hora aproximada de la muerte las doce de la noche.
  ¿A qué hora fue la llamada al 112?
—A las dos y veinte.
—Eso quiere decir entre cometer el crimen, pasarle por el aserradero, hacerle la ortodoncia y darle el paseo no pudo pasar mucho tiempo, pongamos dos o tres horas; además, el instrumental parece que pueda servir el de cualquier casa.
— ¿Tú qué crees Lorenzo, a mi me da que no pueden haberlo matado muy lejos de donde lo encontramos? Quirófano, clínica dental, limpieza en seco y transporte en sólo dos o tres horas, parece poco tiempo y si no ha sido premeditado menos todavía.
—No tiene por qué ser del barrio, pero seguro que tiene alguna relación con él, su asesino le conocía, le cerró los ojos, así que es probable que sino él, seguramente su matarife sí lo sea; pero todas maneras vayamos paso a paso, cuando terminemos, pásale la foto a un par de patrullas y que peinen la zona. ¿Qué más tenemos Adriana?
—Tenemos la ropa y el Ipod. Las etiquetas son de lo más exclusivo, nuestro finado debía beber en las fuentes de la opulencia, indumentaria de primera calidad de tiendas exclusivas de la calle Serrano y Ortega y Gasset.
—Lorenzo, nosotros nos vamos a la zona noble a ver si alguna dependienta nos da alguna pista. Y tú Adriana, a ver qué puedes sacar del cacharro ese.
-Perdona Domingo, ¿has escuchado la música del “cacharro ese”? Es curioso, pero no pega mucho con lo que aparenta nuestro cadáver. Acabo de entrar en el menú y sólo hay música de un conjunto, que aunque siendo un clásico no va con la edad de nuestro cadáver. Esas canciones son de los primeros setenta, se debieron componer cuando sus padres eran aún novios. Otra cosa, como todos los aparatos tiene número de serie y puede estar registrado para recibir las actualizaciones. Tengo que comprobarlo
-Tira por ahí, pero si ves que no llegas a ningún sitio te paras, nuestros recursos son limitados y tenemos que optimizarlos al máximo, de todas maneras haznos una copia para que podamos escucharlas en el coche, también tengo curiosidad por escucharlas, y no te olvides de cotejar el ADN y contactar con personas desaparecidas por si alguien hubiera puesto alguna denuncia.
—No te reconozco Domingo, te pareces al jefe.
—No nombres a la bestia, que ya sabes lo que ocurre cuando se la convoca. Ves, te lo dije -ambos levantaron la cabeza para ver como el comisario entraba por la puerta de la comisaría-, todos formales que acaba de llegar y con la cara que trae seguro viene a por nosotros antes de pasarse por su despacho.
-Silva, Villar a mi despacho.           
                                                                                           continurá... 


miércoles, 17 de octubre de 2012

De viaje en Londres

Ayer, en clase, reconocí haber leido los libros de Harry Potter, pero no pude explicar la fascinación que comencé a sentir hace años, y que aún mantengo por ese niño que en un mundo de magos y muggles (no magos) en el que la lucha del bien contra el mal está siempre presente, es capaz de sobreponerse a todos los contratiempos para que el bien absoluto triunfe sobre la maldad.


Por  estas razones, una vez en Londres, no pude dejar de acercarme a la estación de tren de King Cross para intentar atravesar el andén 9 y 3/4 y entrar en ese mundo mágico para unirme a las huestes de Harry y aqui una muestra de ello. Muchos son los llamados y pocos los elegidos.