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sábado, 25 de mayo de 2013

Angélica


     Comencé a escribir esta historia como un trabajo más de clase en el que tenía que idear una historia con algún tinte fantástico, pero, a la vez, quería darle un toque inesperado. Es esa sorpresa final lo que puede cambiar la realidad por la ficción; eso y que el final quede completamente abierto. Espero que os guste, pero que también sorprenda un poquito.
Angélica

  Estimada y lúcida dama de insondables respuestas: disculpa que interrumpa un momento de tu tan arduo trabajo, pero anoche vi una imagen que me ha conmocionado. Como bien sabes, soy bastante curioso y me gusta ver qué se cuece en Facebook; por eso todas las noches entro en mi página antes de acostarme. Te adelanto: no he dormido nada. Tampoco he podido levantarme en mitad de la madrugada como habría necesitado, tenía miedo de despertar a mi mujer y que me encontrara en el estado de inquietud que aún me embarga. La causa de mi desasosiego es algo que no consigo explicar, así que paso a relatarte los hechos.

 

  Si bien somos buenos amigos, nunca hemos podido intimar lo suficiente para hacernos confidencias de nuestras vidas pretéritas, quizás nunca se dé el caso, pero ahora he de preguntarte algo que considero muy importarte. Ayer entré en el enlace de tu última entrevista (por cierto el fotógrafo se esmeró más que otras veces) pero después de verte y seguir tu mirada hacía el entrevistado, me quedé a mitad de camino porque, desde el otro lado del cristal de la cafetería, vi la figura de un fantasma observándote. Su actitud desinhibida y de descaro, que no iba mucho con ella, me hace suponer que podía ser conocida tuya o de alguien de tu equipo, y por ello necesito saber si pudieras darme razón de ella.
 

 
   Incluso te diría más, su imagen es exactamente igual a la de una fotografía, la única que conservo de ella después de que una furia incontenible tras su pérdida me hiciera destruir todo aquello que conservara su imagen, su aroma o su presencia.


 
  Dado mi estado de ánimo, necesito comentarte que esa mujer fue mi primera pareja. La primera mujer que me miró como un hombre, la que me hizo sentir qué era vivir, la que me dio a conocer un antes y un después de su calor, la que me brindó esa entrega total de la persona y del alma. Por ella  recorrí medio mundo, o quizás todo él detrás de su sombra, de su verde mirada como ventanales a la campiña inglesa. Fue ella misma, la que una vez conseguí reencontrar en la parte más alejada del planeta para verla morir en mis brazos, donde exhaló el último suspiro y la luz de sus ojos se apagó para siempre. Ella me lo dio todo y todo me lo quitó el destino.
  Por favor, es perentorio para mí que me ofrezcas alguna explicación. No hay lugar a dudas, es la mujer que te mira tras el ventanal del Café Comercial en la última entrevista que has subido a Facebook.
***
  No he tenido tiempo aún de comprobar tus palabras, ahora te contesto a través del móvil, pero no te preocupes, seguro que es un error y tiene alguna explicación racional. En cuanto llegue a la oficina lo veo y te respondo.
***
  Estimado Miguel, no puedo comprenderlo, por más que miro y remiro las fotografías de la entrevista, no logro encontrar la imagen que me indicas. Bien es verdad que la realicé hace unos días en el Café Comercial, en una de las mesas que están junto a las cristaleras de la calle, pero en ninguna de ellas, en ninguna, aparece mujer alguna mirando hacia el interior. De hecho, he intentado hablar con el fotógrafo, que no es el habitual, sino un suplente que contratamos, pues Rafael lleva unos días sin aparecer por la redacción y tampoco he podido contactar con él. Lo seguiré intentando y en cuanto lo consiga y me mande la relación completa de las imágenes de la entrevista,  me pongo en contacto contigo. No creo que tarde mucho, Gabriel es una persona muy concienzuda y responsable, seguro que nos podrá ayudar a solucionar el misterio.
***
  Estimada dama de esperada luz, no creo que haya nada que me pueda desviar de la desazón que me invade. Era Angélica, sin duda. Angélica, estoy seguro. Te tengo que dejar ahora, está sonando el móvil. ¡No puede ser!  ¡me está llamando! ¡es ella!
 

viernes, 12 de abril de 2013

La Nada y el Vacío surgió de un trabajo de clase. Un nuevo reto que Esther no impuso. Después de habernos explicado, eso sí, con su verbo fácil los relatos de la creación del mundo que sobreviven en casi todas las culturas, nos pidió que imagináramos la nuestra propia de como se formó el mundo y así nació esta irreflexiva y caótica historia sobre la creación del universo
 
LA NADA Y EL VACIO


La Nada despertó. Buscó en la oscuridad a ambos lados de su lecho. Nadie la acompañaba y tuvo consciencia de su soledad. Decidió, entonces, que había soportado demasiada soledad en la eternidad de los tiempos y que necesitaba compañía. Primero pensó cuánto le agradaría oír una voz, pues el silencio era lo único que escuchaba más allá de sus pensamientos. Creó así el sonido. Como el tiempo del silencio ya había concluido, utilizó su voz para decirse a sí misma que a continuación nacería la luz. No soportaba ya el peso de las sombras y  
cuando creara lo que había pensado, quería que pudiera ser visto para que se pudiera conocer el grado de belleza de su obra. Así, abrió los ojos con fuerza y la luz nació.

            Una vez que ésta germinó, comprobó que nada había que ver o escuchar pues todo estaba vacuo, así que decidió crear la tierra firme, el mar y el cielo para que algo se pudiera ver y escuchar, y lo llamó Paraíso. Le gusto el nombre, pero nada en él se movía; era como ver una imagen fija eternamente y decidió añadir el movimiento. Creó los planetas y sus satélites y los ató con invisibles hilos para que sus orbitas estuvieran relacionadas y la noche y el día se sucedieran eternamente como en un infinito juego.

            Ahora que la Nada ya tenía qué ver, no tenía con quién comentar la belleza de los colores del atardecer, ni los del amanecer, ni las turquesas aguas del mar, ni las verdes praderas de trigo mecido por el viento; así que decidió entonces que no volvería a estar sola y modeló sobre las montañas un cuerpo a su imagen y semejanza y con la fuerza de un rayo le dio vida. Pero la emoción del último momento le hizo temblar y erró, y así el Vacío no se creó a imagen exacta de la Nada. Fueron sólo complementarios y cuando se acercaron comprobaron que sus cuerpos encajaban entre sí y fueron amantes. Tanto placer y tanta felicidad disfrutaron que decidieron extenderlos sobre la faz de la tierra, por lo que modelaron montañas con sus formas y todas aquellas que su imaginación alcanzaron a vislumbrar, y crearon tormentas que dieran vida a todas las criaturas sobre la superficie de la tierra.

             

LuisCar, 16 diciembre de 2012

martes, 26 de febrero de 2013


        No hay nada más triste que una mentira del ser querido. Siempre que esto ocurre, nos da por tomar el partido de la parte engañada, pero ¿qué ocurre cuando es la parte más débil la que engaña? Recordad el mito de D. Juan...
 
No es verdad…

No es verdad, ángel de amor,

que en esta apartada orilla,

más pura la luna brilla

y se respira mejor…

 

            Juan miraba con ojos cansados, había navegado con ellos todo el día y parte de la noche. Por ella era capaz de aprender largas estrofas de poesía, de los mayores esfuerzo y de esperar sentado toda la noche a que la luz del amanecer bañara su angelical rostro. Inés.

            Se había incorporado sobre la cama. No podía dormir, se encontraba exhausto, había trabajado desde el alba. No tuvo ni un instante de descanso, siempre concentrado en la tarea, salvo algunos momentos en que la recordaba para  hacerse más fuerte.

            Casi a oscuras, con la tenue luz del despertador y el mágico silencio de la noche, la miraba. Veía su figura modelada por el cobertor, jugaba con su respiración acompasándola a la suya. Al principio, el juego fue relajado y tranquilo, boca arriba era lánguida y serena, inspiraba con un dulce movimiento de pecho y expiraba con la misma suavidad que mecía su silueta en rítmico vaivén.

            Juan no dejaba de observarla, sus pupilas se habían dilatado como las de un felino para ver sus facciones. No lo necesitaba, podía describir por completo la orografía de su piel, tantas veces recorrida, con sólo cerrar los ojos. Dormía de una forma plácida y sosegada. Entonces, divagó unos instantes, paseó por las alturas, subió por empinadas laderas, bajó a los valles donde escuchó el arrullo del viento y regresó caminando sobre ardiente lava. 

            Un escalofrío le rescató del sopor y se dio cuenta de que instintivamente seguía jugando con su respiración. Comenzó a apreciar que era más liviana y confusa. Ahora se movía inquieta bajo el edredón, agitaba brazos y piernas en una danza extraña y desacompasada. Posó la mano sobre su frente, —sólo una pesadilla, se tranquilizó. A pesar de ello, seguía con su ritmo de respiración. Éste ya no era ligero, sino rápido y superficial, próximo al jadeo.

            De repente se desarropó, con sus piernas sacudió las sábanas hasta que se liberó del peso que la oprimía. Entonces, abrió los ojos y escuchó decir:

—Javier, cariño...   

domingo, 20 de enero de 2013

El caballero medieval


            Lo más divertido de escribir son los trabajos de clase. Somos bastantes, alrededor de una docena; cada uno con nuestras diferentes inquietudes respecto de la vida, la escritura, la música, la lectura, pero contrariamente a lo que se pudiera pensar, creo que somos un grupo homogéneo. ¿Por qué? Se preguntará el lector, pues porque, en el tiempo que llevamos juntos, hemos aprendido a entendernos, a respetar como es cada cual, a aplaudirle en lo que hace bien y en apoyar y criticar con el cariño con que lo haría un hermano, aquellas cosas que son mejorables. Esto no quiere decir que la crítica mordaz no haga acto de presencia, siempre planea sobre nosotros, sino que siempre es bien intencionada y con un sólo fin: nuestro crecimiento literario e intelectual.
            Es por todo esto, que para nosotros la asistencia a clase es uno de los momentos de la semana, por lo cual solo fuerzas de causa mayor pueden impedir nuestra asistencia. En uno de esos días, la profe nos explicó qué eran los mitos de la creación y las leyendas -la clase teórica está ya subida en el blog de los cuentistas del Rabal- y como colofón en la siguiente clase, teníamos que jugar a ser dioses creando el mundo, éste o cualquier otro que se nos ocurriera, o a ser charlatanes creando una leyenda. Yo, por mi parte, como mis compañeros ya saben de qué pie cojeo –el arte, la historia, los museos, la ciencia ficción, la novela negra, el misterio- y qué es lo que mas me gusta leer y escribir, nada tuve que comentar cuando leí en clase esta invención de leyenda. Espero que sea del agrado de todos...

El caballero medieval

—Mi brigada, parece que ha visto un fantasma. ¿Qué le pasa, si sólo ha mirado la lista de servicios para esta noche? Hay luna llena pero no es para tanto
— ¿Sabes qué día es hoy?
—Claro, mi brigada, hoy es domingo, 10 de julio, el cumpleaños de mi madre. Voy a comer con ella y luego, a las nueve, cuando sea la hora de cerrar el museo entro de guardia con Vd., mi brigada.

             El brigada Chaparro no podía creer su mala suerte; qué malaje, se decía en su tierra. De estatura breve y amplio estomago, hacía honor a su apellido, mientras el cabo primero profesional, que así se hacía llamar, chusquero para todos los demás, se llamaba Olmo, alto y corpulento como el árbol que no aún contraído la grafiosis. 

—No es que quiera darte una clase de historia pero, ¿sabes cuál es la pieza más importante del museo?
—Por supuesto, mi brigada, recitó de carrerilla, las piezas más importantes del Museo del Ejército son: la capa de Boabdil, ‘El chico’, la armadura de Carlos I y, por encima de todas ellas, como reza el folleto de la entrada, la Tizona, la espada del Cid Campeador.
— ¿De verdad que no has oído nada al respecto?
— ¿Algo de qué, mi Brigada?
—No, si va a ser verdad que te has ganado a pulso el apodo de chusquero.  ¿Sabes lo que vamos a hacer esta noche? Tú y yo nos vamos a encerrar en la sala de banderas y de ahí no nos va a mover nadie hasta que amanezca. ¿Entendido?
—Mi brigada, por favor, explíqueme de qué va todo esto.
—Voy a contarte una historia, pero cuando termine nunca la harás mención, yo negaré haberla contado y juraré sobre la Biblia que nunca oí hablar de ella.

            Fue hace bastantes años, yo aún no era brigada, acababa de pedir destino en Madrid y el museo podía ser un destino tranquilo. Así, que todo ufano y contento, me dispuse a hacer mi primera guardia nocturna por los pasillos de este edificio, que como ya debes saber fue el salón del trono que formaba parte del Palacio de Buen Retiro. Por un lado, pensé que sería un trabajo relajado donde pasear y dejar sestear los días hasta la fecha de mi ascenso, en la que podría pedir un destino más acorde con mis aptitudes y mis deseos, una tranquila oficina en alguna ciudad del sur, junto a mi amado mar Mediterráneo. 

            Aquella noche no la podré olvidar jamás. Domingo, 10 de julio.  Nada más cerrar la puerta y apagar las luces del edificio, un ruido de cristales rotos atronó en el interior. Rápidamente, los que estábamos de guardia nos dividimos en dos grupos, unos a rodear el perímetro exterior, los más y otros, el brigada Plácido y yo mismo, corrimos por los pasillos en busca de la causa de aquel estrépito. En nuestra carrera, jadeantes y azuzados por la adrenalina de nuestra sangre, llegamos hasta la sala de armas blancas donde nos encontramos una vitrina rota y sus cristales desperdigados por todo el suelo.     Lo peor, La Tizona, desaparecida. Escuchamos sonido a lo largo de los pasillos, incluso llegué a creer que había escuchado metales golpeando entre sí, relinchos y ruido de cascos a la carrera. Pasado el primer momento, todo permaneció en silencio. Encendimos todas las luces del museo y recorrimos las estancias, los pasillos, las oficinas, hasta llegar a las buhardillas y los sótanos. Hasta llegar a una conclusión: nadie había entrado, nadie había salido. 

            Una vez hubo terminado la ronda completa, apostamos vigilancia en los lugares de entrada y salida, y nos dirigimos al cuerpo de guardia para hacer el informe que habríamos de presentar a nuestros superiores al día siguiente de aquella pavorosa noche. Fue entonces, cuando los mismos ruidos se reprodujeron y al llegar de nuevo a la sala de armas blancas, cuál no sería nuestra sorpresa, al ver vimos cómo una figura a caballo, vestida con yelmo y cota de malla, depositaba la espada en la urna de cristal para desvanecerse lentamente a la vez que los rayos de sol entraban por los huecos de las contraventanas. No habríamos creído lo que vimos si no hubiera sido por el reguero de sangre que dejó tras de sí, la misma que goteaba de la Tizona y por la cabeza que se encontraba pinchada en la pica del alabardero que se encuentra junto a la puerta de la sala.

            Muchos son los testimonios de personas que dicen haber visto la figura de un caballero medieval que cabalga por el Retiro blandiendo una espada en noches de luna llena, y todos ellos coinciden en la fecha, domingo, 10 de julio, aniversario de la muerte del Cid Campeador.


sábado, 5 de enero de 2013

CUENTO EN NAVIDAD (niebla y campanas)

                        El primer año de nuestro curso de Relato Breve fue el 2010. Después de los primeros escarceos y los primeros ejercicios, Felicitas, nuestra profesora, nos dijo, ahora mismo no sabría indicar con que grado de sorna, que unos escritores como nosotros, observen que el calificativo está en cursiva, no deberíamos presentarnos en clase con ningún relato cuya extensión fuera inferior a cinco páginas. Y para empezar a demostrarlo, teníamos que escribir un cuento de Navidad, sin tópicos y de tema libre. Cuando le entregué mi trabajo, lo primero que hizo fue tachar el título, las campanas son tópicas y recurrentes en Navidad, si bien, después de la lectura y el vapuleo consiguiente, me confirmó que al menos el título valía, pues las campanas estaban utilizadas de una forma no tópica. Así que ahora, cuando ha pasado la Navidad y no hay riesgo de que se repitan los sucesos que se relatan, aquí la publico en la espera de que su lectura les sea entretenida. 
CUENTO EN NAVIDAD 
 (Niebla y Campanas)

                       Vivo bajo el puente que cruza la M-30 a la altura del tanatorio.  Llevo aquí algunos años, los suficientes para que mis huesos sufran las inclemencias del invierno de Madrid. Me acompaña Tristán, siempre a mi lado, quien en silencio me escucha a todas horas. Ahora es tarde, estoy dolorido y cansado, los cartones no aíslan bien del frío y voy teniendo una edad en la que cada vez hay que descansar más, para ir haciendo menos cosas. A lo lejos suenan las campanas de la Iglesia de San Juan Evangelista llamando a la Misa del Gallo; ese tañer me hace rememorar muchas cosas e historia pasadas, y la experiencia me dice que he de cerrar los ojos para que estos no me engañen.
—Tristán, ¿te acuerdas de lo que tantas veces te conté que sucedió en aquella Noche Buena víspera del cambio de milenio?
                        Era un luminoso día de agosto cuando la Goleta Atrevida atracaba en el puerto de Astillero, próximo a Santander. Su armador, el ilustre nuevo Marqués de Cayón, Don Tarsicio García López, regresaba a la metrópoli después de haber conseguido con el comercio del azúcar, el tabaco y el café su título nobiliario. Se presentaba a sí mismo como persona que amaba el trabajo por encima de todo, era un tipo enjuto y fibroso, de mirada intensa e inteligente; tenía presencia de inglés, en la que destacaban sus ojos azules como el Caribe, el cabello rubio del color de la caña madura y una piel nívea, herencia de sus antepasados de la Montaña, y todo ello reforzado con un don especial: la psicología para con las personas, que acompañaba con una inmensa capacidad para el trabajo y una liberalidad que le hacían conseguir todo aquello que deseaba.                   
                        Don Tarsicio, que regresaba definitivamente a España, traía consigo las palmeras que habría de plantar en la entrada de su finca, las situaría cruzadas a modo de señal de un mapa que indicará el lugar desde donde partió en busca de fortuna, para años más tarde regresar con el sueño cumplido. El resto del plano lo conformaría el vallado de forja que rodearía toda la extensión del terreno, éste seguiría la silueta de su preciada isla de Puerto Rico, a la que tanto debía y a la que se accedería por una puerta de bronce dorado coronada por su nuevo blasón. Además, en la goleta de su propiedad, traía de América todo aquello que pudiese necesitar para abastecer y engalanar aquella casa de forma que sus invitados la encontraran digna de su nueva situación. Había hecho traer los muebles desde Taxco en México, los hilos de Manila en Filipinas, la china de Worcester en Inglaterra, el cristal de Bohemia y Estiria y por supuesto la plata de Viena; pero su bien más preciado y así lo refería él a toda persona a quien se la presentaba era su esposa, Doña Dominga Yauco y Ponce. Mujer menuda de mirada torva, fuerte de carácter y tan caprichosa como celosa, heredera de una familia criolla de las que tras la invasión francesa de la península, se repartió el botín del poder en la colonia.
                        Con todo este equipaje se dirigía a su nueva mansión en el lugar que le había visto nacer, Santa María de Cayón, donde se había prometido a sí mismo celebrar la cena de Noche Buena del año en que el siglo XX iniciaba su andadura, rodeado de su familia y en especial de su hermana Filomena, por quién profesaba un amor especial…

                        El conductor del Maserati acababa de atravesar el valle que se produce por la confluencia de los ríos Pas y Pisueña. Había dejado atrás Selaya y Villacarriedo para internarse en las colinas de los múltiples tonos verdes que convergían hacia el mar, donde esperaba ver por primera vez el Palacio del Indiano, la parte más importante de la herencia de su  pariente que hizo fortuna en América. Según le habían comentado, podría rescatar el título de nobiliario si él quisiera; con parte del dinero recibido podría pagar las minutas de los abogados y los derechos reales; pero era algo que todavía no había pensado y aún estaba por decidir. Lo que sí había resuelto, era invertir el resto de la herencia en un banco americano que le había aconsejado la familia de la tía abuela de Puerto Rico, The Leman Bros Bank.
                        Había salido de Madrid con su inseparable perro con la intención de tomar posesión de la casa y confirmar que podría celebrar en ella la cena familiar de Noche Buena que  correspondía al cambio de siglo; por fin se alejarían los fantasmas de las guerras mundiales y se entraría en un siglo de paz, igualdad y progreso económico.
—Vamos baja perezoso que ya hemos llegado.
                        Aparcó el coche junto a la verja metálica. Le llamó la atención el escudo y la corona que estaba sobre éste; abrió la puerta no sin esfuerzo escenificado por el chirriar de los goznes, para tomar el paseo flanqueado por las farolas, sobre el que se cruzaban dos palmeras en forma de a mayúscula. Mientras se acercaba a la entrada principal fue observando la casa, de planta cuadrada, de tres alturas vistas, pintada en color canela, con las dovelas enfoscadas en color crema rodeando los ventanales franceses y rejas de gran mérito en todas las ventanas. Su primera impresión fue de escalofrío. Alejada de cualquier otra edificación, a la luz del ocaso, con el sol dorado reflejándose en sus cristales, la visión le pareció realmente perturbadora. Una vez que recorrió los cien metros que le separaban del edificio, abrió la puerta principal a través del la cual se llegaba a la entrada interior para los carruajes. Por fin llegó al zaguán, estaba oscuro y en silencio; el perro ladró y se pudo escuchar cómo el eco franqueaba todas las estancias. Encendió la luz y se vio transportado a otra época.

                        Le resultaba increíble pensar que en un lugar como aquél, después de tanto tiempo, todo estuviera limpio y conservado como si su tío abuelo acabara de salir en dirección a la capital. Recorrió todas las habitaciones, una por una, con el perro pegado a él; comenzó por el comedor, siguió por las alcobas en los pisos altos y el dormitorio principal, situado en la primera planta, que se prolongaba hacia el exterior gracias a una terraza abalconada, para terminar por el salón de baile donde se encontraban los retratos del Marqués, la Marquesa y la hermana de éste, según rezaban en sus marcos, de gran realismo, vestidos de gala y firmados por Francisco Oller.
                        Todo estaría listo para la cena de Noche Buena, por fin después de tantos años, aquella casa volvería a estar habitada por el bullicio, los juegos y las risas de su familia...

                        Los invitados estaban sentados a la mesa, las mantelerías de hilo, las vajillas de porcelana, las copas de fino cristal, los candelabros de plata encendidos  y las viandas sobrantes listas para ser retiradas. Había sido una velada perfecta. La conversación había fluido entre los comensales, y poco o nada se había hablado de política, incluso, se había podido soslayar el tema de la reciente pérdida de las últimas colonias, incluida Puerto Rico. Cuando el anfitrión ordeno retirar los postres sus instrucciones coincidieron con la primera llamada a la Misa del Gallo. La pequeña iglesia románica aún conservaba el retablo policromado del siglo XIV, así como las campanas donadas por Doña Urraca, Reina de  Castilla y León, de las que se decía podían ser escuchadas desde cualquier parte del valle e incluso en los valles vecinos.
                        Mientras los hombres se dirigían al salón de fumar y las mujeres a sus alcobas para recomponer su apariencia antes de salir en dirección a la Iglesia, el marqués se dirigió a la alcoba de su hermana Filomena…
                        Era la segunda llamada a la Misa, la cena había sido esplendida, pero el calor de la conversación, el bullicio y el humo del tabaco le habían producido la necesidad de salir a tomar aire fresco y con su perro tenía la excusa perfecta.
                        Fuera no nevaba, tampoco llovía, sólo había niebla, una densa niebla que todo lo ocultaba y todo lo transportaba. Les envolvió cuando se encontraban junto a las palmeras. En el poco tiempo que llevaba visitando la finca había oído comentar a los lugareños lo fugaz del ir y venir de las nieblas en el valle y los extraños sucesos que ocurrían cuando ésta se presentaba de repente; pero fueron la oscuridad y los gemidos del perro lo que le hicieron inquietarse. Las campanas tañían llamando a misa por encima del silencio, era la tercera vez. Temeroso sin saber por qué, contuvo las ganas de echar a correr y siguió por el paseo en dirección a la casa.
                        De repente la niebla desapareció a sus espaldas y se encontró de frente a la casa iluminada con velas en mitad de una noche sin luna. Algo mas allá, se mezclaban el sonido metálico con el relinchar de caballos y por último con suma extrañeza se fijó en que los ventanales no tenían reja alguna. A continuación vio salir a la terraza del dormitorio dos mujeres y un hombre que discutían acaloradamente. Vestían de etiqueta al igual que los cuadros que se exhibían en  las paredes de los museos. Gritaban algo que él no llegó a escuchar, pero pudo comprender lo que ocurría cuando vio precipitarse por el balcón a las dos mujeres que luchaban y gritaban de pavor mientras caían.
                        Corrió hacia ellas con intención de socorrerlas, pero como dicen los lugareños del valle, en las noches sin luna la niebla se desplaza al ritmo del tañido de las campanas, y ésta le alcanzó antes de alcanzarlas. Confundido y desorientado, esperó a que pasara abrazado a Tristán. Por fin, cuando éstas cesaron de repicar a media noche, la niebla desapareció y pudo observar la casa tal cual la había abandonado media hora antes. Las farolas encendidas, las rejas en las ventanas y luz eléctrica por toda la casa.
                        Llegó a la casa y fue directamente al salón de baile, quería ver los cuadros, pero sus sentidos se rebelaron, sus ojos no le obedecían y el miedo se apoderó de él, allí estaban los cuadros, los pudo ver los tres colgados de la pared, pero sus personajes no estaban; se habían esfumado al son de las esquilas con la misma celeridad que había desaparecido la niebla…

—Buenos días Tristán, ¿has terminado ya?, anda cómete el hueso que bien te lo has ganado y después de todo, es Navidad.



LuisCar, diciembre de 2010

lunes, 17 de diciembre de 2012

Un Segundo en una vida

Escribí "Un segundo en una vida" a principios del verano pasado. Fue una inspiración repentina. Paseaba por la Plaza de Santa Ana y por la Plaza del Angel en un recorrido habitual. Me gusta caminar por esas calles y ver la animación de la gente en las terrazas, en los bares o incluso en los mismos bancos de la plaza. Calles como Espoz y Mina, Alvarez Gato o la calle de las Huertas, forman parte del paisaje de mi vida. La historía surgió ese día en un instante en que me quedé mirando la cartelera del Café Central. Espero que os guste y que me ayudeis a seguir mi camino con vuestros comentarios.

Un segundo en una vida

            Entró por última vez en el Café Central. Estaba segura de lo que iba a suceder. Lo había meditado durante toda la noche anterior al ritmo de los ronquidos del bruto que dormía a su lado. En un tiempo estuvo convencida de estar profundamente enamorada de él pero, ahora, sus ojos no veían en él sino un amasijo de secreciones, sonidos guturales y hediondos olores corporales.
            En su juventud aquel café había sido uno sus lugares preferidos, había aprendido a escuchar una música que no estaba en los circuitos comerciales, había admirado a músicos que, con sólo un instrumento de metal, eran capaces de alcanzar su más interno yo y había reído con la pandilla. Se había hecho adulta, sin darse cuenta.
Comenzó a elegir entre opciones, a esperar que los problemas desapareciesen por sí solos o bien  afrontarlos con la sensación de no tener a quién recurrir en caso de cataclismo.
            Se sentó en el banco corrido forrado de negro, justo en la esquina bajo los espejos. Era un buen lugar, desde allí podía observar todo lo que ocurría a su alrededor. Estaba como en un pequeño edén; a su izquierda una pareja malhumorada discutía en voz baja con una mayúscula dinámica corporal, a su derecha, otra pareja, ambos mucho más jóvenes, se abrazaban y besaban con una, también, robusta gesticulación visual.
            En seguida se acercó un joven camarero de azules ojos y ajustado mandil que portaba sobre la bandeja un servilletero, una carta y la más grácil de sus sonrisas.
-          Hola, ¿qué vas a tomar?
-          Algo oscuro, ¿qué me ofreces?
-          ¿Te refieres a algo oscuro como la Coca-Cola o a algo más sutil como un coctel de sangre de virgen sacrificada bajo el influjo de la luna llena.
            Aquella respuesta le sorprendió, no esperaba en ningún caso ese atrevimiento por parte del joven camarero; pero le hizo gracia y así, sin querer entrar en su juego,  contestó con un tono de firmeza en la voz.
-          No, mejor me vas a poner un café, bien cargado, para estar atenta cuando sea la hora de tomar ese coctel que me has ofrecido. Supongo que no se servirá hasta la media noche y que a esa hora esto estará repleto de espíritus inquietos, ¿verdad?

            Una vez se hubo alejado el camarero, se fijó en el triángulo de sus espaldas. En otro tiempo, habría actuado, pero esa noche el guión ya estaba escrito y no estaba dispuesta a improvisar. Le había costado un enorme esfuerzo decidirse, después de todo lo que había sucedido. No había marcha atrás.
Llevaba la cápsula en el pastillero; si no lo hacía esta noche, quién sabe cuándo volvería a reunir el valor suficiente para acometerlo, intentarlo; no volvería a dejarse llevar por los acontecimientos. Era el momento de retomar las riendas de su vida y quería marchar al paso, nada de galopar, eso se había acabado; no, se negaba a caer de nuevo en el mismo error. Nunca más volvería a ocurrir.
            Estaba triste. Una melodía con base de contrabajo y un piano le hacían recorrer oscuros pasadizos de melancolía. Sonrió amargamente. Como réquiem no estaba nada mal.
El camarero se acercó con un café humeante, repleto de crema hasta el borde.
-          Si es un chiste gracioso me lo podías contar.
            Sus miradas quedaron ancladas, la de ella, glacial, sostuvo el pulso hasta que al camarero no le quedó más remedio que recular (qué seguro está de sí mismo, ¿tendrá la misma seguridad dentro de veinte años, cuando tenga más calva que pelo?)
-          No, muchacho -quiso bajar aquellos humos que emanaban de su sonrisa angelical-, no es un buen chiste, pero jóvenes como tú me los he comido para merendar a centenares y ninguno se me ha indigestado.
-          Disculpa, sólo pretendía ser amable, no obstante, si no tienes nada mejor que hacer salgo a la una. Si te parece, podemos tomar una cerveza mientras me devoras.
Era obvio que le gustaban los retos y lanzaba su red al vacío en busca de pesca fresca.
-          ¿Eres así de pertinaz con todas las mujeres o sólo con la maduras que van desamparadas? Anda, artista, tráeme un vaso de agua mientras pienso en cómo te cocino.
            Le siguió con la mirada, pero esta vez sí se fijó en sus movimientos, en lo que hacía y en cómo conversaba con los demás clientes. Parecía aún más tierno de lejos que cuando lo tenía delante. ¡Menudo embaucador! Seguro que había batallado en muchos más lechos de lo que su joven apariencia podría indicar. Parecía de esos que llevaban un cuaderno con las anotaciones de sus conquistas; desde que el mundo era mundo y el hombre era hombre, siempre hubo a quien le gustaba propagar a los cuatro puntos cardinales sus conquistas, bien para sentirse  poderoso o bien para que los demás hicieran que uno desea; qué era eso sino poder. Pero ahora éste era suyo, de nadie dependía, ni de nadie recibía instrucciones. La decisión estaba tomada y ese era el momento.
            Pedro Iturralde interpretaba el saxo a través de los altavoces, las notas flotaban en el ambiente, danzaban entre los reflejos de los fríos espejos que estaban enmarcados sobre los asientos. Tenía las manos heladas, no notó la fría sensación del mármol bajo sus dedos, era el acto de decisión final. Puso el bolso sobre la mesa, rebuscó en él hasta encontrar el pastillero. Lo abrió. Tomó la ampolla que contenía el líquido claro y lo escanció sobre el café. No tenía nada escrito, ni a quién escribir; su legado se había perdido ya, Alba se lo había llevado. Era a quién lo hubiera donado, pero la vida es a veces como una broma pesada, cuanto más dura, menos gracia tiene vivirla; y los últimos años, sin duda, habían sobrado.
            Asió la taza. Estaba preparada. Recorrió la sala con la mirada, trató de fijar la imagen del momento en su retina y después contemplo detenidamente la foto de Alba en su sexto cumpleaños. Quizás lo último que viera fuera lo que perdurara en su consciencia para siempre; si es que había un siempre o quizás un nunca jamás. Estaba cansada. Cerró los ojos, abrió la boca y tomó un sorbo, comprobó que estaba caliente pero no quemase, no soportaría quemarse la boca, y así, de un sorbo, bebió el resto hasta vaciar la taza. 
            En primer lugar, notó el calor del líquido que bajaba por el esófago hasta llegar al estómago. Comenzó a oler a almendras amargas y supo que estaba en camino. Había tomado un billete de ida para un crucero, sin trasbordos ni regreso.
            Un enorme dolor le contrajo el abdomen. Se cubrió con los brazos para evitar que explotara; como si un alien alojado en su interior, estuviera desgarrándolo por dentro para poder salir. Comenzó a faltarle el aire y a su cabeza acudieron imágenes, aromas, sonidos y sensaciones, todos ellos recordándole quién había sido.
"¡Qué aroma a café!, uh. ¡Qué amargo! ¿Vienes? Vamos a dar una fiesta en casa de Lucía… Escuchó llorar, un llanto lento, lánguido, más bien parecía que alguien estaba sollozando, susurrando en su oído palabras mágicas. ¡No te vayas, aguanta!.. Sintió el calor de unos labios recorriendo su cuello hasta quedar sellados en su nuca, después de desplegar sus brazos alrededor de la sedosa cintura, arribaron al húmedo puerto de su boca…
Escuchó un fuerte estruendo a su alrededor, abrió los ojos y notó que todo a su alrededor se movía
¡Mami, mami, corre, ven..! El viento sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el norte. En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo, trapos, paja y papeles que iban de arroyo en arroyo, de acera en acera... No me digas que no te atreves, ven conmigo, ¿ves ese hotel? Desde arriba se ve la terraza del Café Central y al otro lado la estatua de Lorca, hagámoslo allí arriba… ¿Por qué te fuiste, Alba? Mi niña de piel de cristal, tan pequeña… Abrázame fuerte, ¡déjame escuchar tu corazón! ¡Cómo palpita! ¿Podemos repetir eso..?
No podía respirar, su cerebro daba órdenes pero su cuerpo no respondía.
…Es una verdad universalmente reconocida que al hombre soltero, poseedor de fortuna cuantiosa, le hace falta casarse… Me haces daño, los brazos escudando la cara, acto reflejo tantas veces repetido… escribir esta noche…La tórrida lluvia recorría toda su  piel, las gotas de agua dibujaban autopistas en su espalda desnuda, Fran, desnudo también, corría hacia ella en la solitaria playa…Yesterday, all my troubles seemmed so far away…
Su estómago recibió una sacudida más; algo líquido inundó su interior. Intentó hablar pero la lengua no se pudo mover, tenía algo en la boca que se lo impedía
Love of my life you hurt me, you broken my heart and now you leave me…

Vomitó, cerró los ojos y esperó.
            …Las manos teñidas en rojo, bajo la ducha frotaba todo su cuerpo con desesperación. Quería lavar su culpa. El líquido carmesí teñía el agua que goteaba en la porcelana blanca; miedo, frio, liberación, estaba hecho…sentada en el suelo junto a él inerte, ella, exhausta…bienvenida mi niña de piel arrugada ¡qué pequeña eres!... Dos por dos, cuatro, dos por tres, seis...Yo he visto cosas que vosotros no creeríais, atacar naves en llamas mas allá de Orión, he visto rayos C brillar en la oscuridad, cerca de la puerta de Tanhauser, todos esos momentos se perderán en el tiempo como lagrimas en la lluvia, es hora de ...
            Quiso abrir los ojos pero no pudo. Esperó y siguió esperando, tenía grabada una imagen del Café Central y una niña sonriente en la retina que poco a poco se fundió en negro.

sábado, 1 de diciembre de 2012

La Promesa, 3ª y última entrega


LA PROMESA
ENTREGA III

-Se llama, bueno no creo que sea su verdadero nombre, sus compañeros de trabajo le llaman Freddie. Es tan guapo, cuando viene las compañeras se pelean por atenderle, siempre tan educado.
-Bien, dígame, le cortó Domingo, ¿sabe dónde trabaja o dónde vive?
-Esperen un momento que voy a preguntarle a mi compañera Dory, está loquita por él, sabe, –le dijo acercándose a su oído como si fuera una confidencia- seguro que puede contarles más cosas que yo.
            Te descubrí  mi colección de objetos sagrados, las fotografías, los posters, las púas de los inmortales, las guitarras, te mostré las entradas de los conciertos a los que asistí y aquellas que conseguí que me firmaran. Me abrí a ti, te ilustré en un mundo nuevo que muy pocos conocen. Te enseñe a escuchar esos sonidos únicos, como con un solo acorde el planeta dejaba de girar y todo se llenaba de notas musicales, aquellas canciones, las que están escondidas en los vinilos, aquellas a las que no prestas atención hasta que descubres que son la esencia misma de tu ser. No me habría importado habértelo  dado todo menos lo que te llevaste. No hice nada más que cumplir con mi promesa: “aunque tenga que volver desde las profundidades del infierno, siempre estaré cerca para protegerte”.
            Cuando abrieron la puerta Domingo mostró su placa.
-Creímos que estaba enfermo. No solía faltar al trabajo y siempre avisaba cuando tenía necesidad de faltar. Todo el mundo le llamaba Freddie, aunque en realidad se llamaba Fernando, Fernando Álvarez Infante. Gran trabajador. Una personalidad arrolladora, pero desde el suicidio de su mujer no había levantado cabeza, hacía jornadas interminables y nunca tenía prisa por volver a casa.
            Mientras miraba en la ficha de personal, Lorenzo y Domingo cruzaron sus miradas. Lo primero que Domingo enseñó a Lorenzo al llegar a la brigada de investigación era que las casualidades no existen y en segundo lugar que la solución más sencilla era la que más posibilidades tenía de ser la correcta, pero no por ello debía conformarse con lo superficial, siempre había que terminar el trabajo, las suposiciones era mejor dejárselas a los adivinos.
-¿Cuándo le vio por última vez?
-El viernes. Como les he dicho, se iba siempre muy tarde, decía que en casa sólo le esperaban sus fantasmas y silencio. Cuando yo me fui aún tenía el ordenador encendido.
-¿Nos puede anotar su dirección?
-Vivía fuera de Madrid, creo que aún no había vendido la casa, pero cuando murió su mujer se traslado al centro, a la Plaza de la República Dominicana.
-¿Familia? No. No tenía; era hijo único y sus padres ya habían muerto, sólo le quedaba la familia de su mujer.
-Lorenzo, sigue tú por favor, tengo una llamada, disculpe un momento –indicó mientras con el dedo taponaba el altavoz del móvil de donde surgían las notas de ‘España Cañí’
-Domingo –dijo Adriana-, lo tenemos. 192.25.25.69. La dirección IP del nickname de Internet que coincide con el del Ipod y que según telefónica está contratado a nombre de Julia Urende; el piso está a nombre de su padre; dime ¿a que no sabes dónde está ubicado?
-Déjame que lo intente, ¿por el final de Príncipe de Vergara?
-Bingo, Príncipe de Vergara, 253, octavo izquierda
-Adriana, ¿has comprobado a Julia?
-Claro, Domingo. Se suicidó hace tres meses; del padre aún no hay nada
-Envíame a toda la caballería, nosotros vamos de camino.
            Aparcaron en el carril bus, las luces del coche patrulla iluminaban intermitentemente el pequeño jardín donde se encontró el cadáver. A su espalda, a escasos 50 metros se encontraba el portal donde Domingo y Lorenzo cruzaban sus miradas de incertidumbre antes de dirigirse al ascensor.
            Domingo llamó a la puerta, lo hizo con calma, con los nudillos, no quería sobresaltar a alguien que presumiblemente tenía la sangre fría de haber mutilado a un cadáver de aquella manera.
-¡Sr. Urende, policía, por favor, abra la puerta! –su voz sonó autoritaria, imperativa, imposible de desobedecer.
            Les abrió la puerta una persona abatida, con los hombros caídos, mirada triste con ojos color miel en una faz recorrida por profundas arrugas en todas direcciones. Sus movimientos estaban ralentizados, como de alguien que no tiene prisa por hacer el siguiente movimiento ni interés en hacerlo. Era un muerto en vida.
-Buenas días, les estaba esperando. Tengo que reconocer que no han tardado demasiado, les dijo mientras se hacía a un lado de la puerta. Pasen por favor, pueden sentarse si lo desean, yo estaré listo para acompañarles en una par de minutos.
-¿Fue aquí verdad?, preguntó Domingo.
-Sí, en la habitación de al lado. Pueden entrar si lo desean, pero les advierto que es bastante desagradable. Todo está ahí: la sangre, sus restos, los instrumentos. Todo.
-Pero, ¿Por qué? Esta vez fue Lorenzo quien preguntó.
-¿Por qué? ¿Quieren saber ustedes por qué? Porque nos engañó a todos, porque detrás de ese halo de educación exquisita y de don de gentes, se ocultaban una violencia indecible y una crueldad infinita, era tan brutal que podía reducir a cualquier persona que no tuviera su fortaleza mental en una ruina.
            Yo se lo había prometido a Marta y él le había hecho daño. Me había obligado sentir el dolor más antinatural en la vida: un padre llorando la muerte de su hijo –hizo entonces una pausa, sus ojos se encontraban perdidos, como si contemplaran algo que los demás no pudieran ver- Tienen que entenderlo. Le di mi palabra. Cumpliría mi promesa, la que hice en aquella habitación a oscuras, tan pequeña:
-Está oscuro, Papá. Tengo miedo...
            Sabe inspector la gente sencilla sólo tiene un patrimonio: su palabra. Yo tuve que hacerlo. Fue a ritmo de Freddie. Ella así lo habría querido. Adoraba mi música y yo era feliz de compartirla con ella. Ahora todo está acabado y cada uno está en el lugar que le corresponde. Mi niña ahora está “en el regazo de los dioses- In the lap of the gods”, él siempre fue “mentiroso-Liar-”  y yo acabé por apretar el gatillo de la Rapsodia Bohemia; ese es mi delito y la memoria mi condena.
-¿Y el porqué de las mutilaciones? ¿Cómo pretendía ocultarlo?
-¿Las mutilaciones por ocultarlo? No. Pero todo a su tiempo. Después de haberla perdido y de lo que he hecho, no espero nada en lo que me queda de vida. A partir de ahora sólo me podré  dedicar a mantenerle en el olvido y eso pretendía. Al cortarle las manos y arrancarle los dientes, quería robarle su identidad, el alma, que vagara eternamente sin descanso por el daño que nos había hecho y por el dolor que infligió a Marta. Pensé incluso en arrancarle los ojos para sumirle en la oscuridad eterna, pero solo se los cerré para que si era capaz de abrirlos en otra vida pudiera horrorizarse en  su olvido.  
            Cuando realmente le conocí pude ver que lo único que le importaba era la fama, sus ansias de notoriedad y el peor castigo que podía darle en la vida, y en la muerte, era el anonimato, que ni cuando dieran la noticia de su muerte, nadie pudiera pronunciar su nombre. Ese sería su eterno castigo.
-Lorenzo nos marchamos –dijo Domingo frente a un ser invadido por el abatimiento- aún tienes muchos detalles que escribir para la rueda de prensa del Jefe., y volviendo sobre sus pasos, se dirigió al él:
-Por cierto, Sr. Urende, sólo una última pregunta ¿Por qué puso el Ipod en el bolsillo de la americana?
-Inspector no me lo tome a mal lo que le voy a decir-levanto la mirada que había regresado de la oscura habitación para encontrarse con un mundo lúgubre y con los ojos vidriosos buscó los del inspector- pero le voy a ser sincero, no siempre he confiado en la capacidad de la policía. Simplemente quería asegurarme que podría volver a dormir por las noches.

LuisCar