jueves, 28 de febrero de 2013


Un Café Bombón

 
Ya lo comentó hace unos días la chica positiva en su blog: hay pequeños placeres que se combinan, en algunos casos, con otros que no lo son tanto. Ella hace una pequeña descripción del placer que supone el sexo para una muchacha joven, tal como ella es. No obstante, sin entrar en grandes goces, me voy a referir a uno de esos pequeños momentos que nos hacen suspirar, cerrar los ojos o que disparan las endorfinas de nuestro cuerpo. Soy capaz de enumerar unos cuantos de éstos placeres, pero ahora me voy a referir a uno especial, aunque en realidad son cuatro, todos nuestros sentidos menos el tacto. Comienza con un olor especial, te envuelve un aroma a azúcar tostado junto a los granos de café. Después el sonido de las gotas de cremosa espuma, que al caer sobre una cama de leche condensada, enfría la crema para convertirla en líquido, por lo que ya tenemos los colores blanco, negro y por último el marrón. Este se produce con la crema más alejada de la leche por lo que la temperatura del café, que hace de colchón térmico entre ella y las últimas gotas de moka, impide que ésta se licue dejando a la vista el tercer placer, el visual. Ya sólo queda referirse al último momento, tomar la tasa por el asa, acercársela a los labios, escuchar el sonido de la espuma al desplazarse, disfrutar del aroma que impregna la pituitaria antes de volatilizarse y por último sentir el sabor del líquido recorriendo la parte inferior de la lengua para después desplazarse rodeando el paladar, humedecer toda la capacidad bucal para por ultimo dirigirse hacia el estómago expandiendo su delicado aroma por todo tu cuerpo. Simplemente un café bombón.

martes, 26 de febrero de 2013


        No hay nada más triste que una mentira del ser querido. Siempre que esto ocurre, nos da por tomar el partido de la parte engañada, pero ¿qué ocurre cuando es la parte más débil la que engaña? Recordad el mito de D. Juan...
 
No es verdad…

No es verdad, ángel de amor,

que en esta apartada orilla,

más pura la luna brilla

y se respira mejor…

 

            Juan miraba con ojos cansados, había navegado con ellos todo el día y parte de la noche. Por ella era capaz de aprender largas estrofas de poesía, de los mayores esfuerzo y de esperar sentado toda la noche a que la luz del amanecer bañara su angelical rostro. Inés.

            Se había incorporado sobre la cama. No podía dormir, se encontraba exhausto, había trabajado desde el alba. No tuvo ni un instante de descanso, siempre concentrado en la tarea, salvo algunos momentos en que la recordaba para  hacerse más fuerte.

            Casi a oscuras, con la tenue luz del despertador y el mágico silencio de la noche, la miraba. Veía su figura modelada por el cobertor, jugaba con su respiración acompasándola a la suya. Al principio, el juego fue relajado y tranquilo, boca arriba era lánguida y serena, inspiraba con un dulce movimiento de pecho y expiraba con la misma suavidad que mecía su silueta en rítmico vaivén.

            Juan no dejaba de observarla, sus pupilas se habían dilatado como las de un felino para ver sus facciones. No lo necesitaba, podía describir por completo la orografía de su piel, tantas veces recorrida, con sólo cerrar los ojos. Dormía de una forma plácida y sosegada. Entonces, divagó unos instantes, paseó por las alturas, subió por empinadas laderas, bajó a los valles donde escuchó el arrullo del viento y regresó caminando sobre ardiente lava. 

            Un escalofrío le rescató del sopor y se dio cuenta de que instintivamente seguía jugando con su respiración. Comenzó a apreciar que era más liviana y confusa. Ahora se movía inquieta bajo el edredón, agitaba brazos y piernas en una danza extraña y desacompasada. Posó la mano sobre su frente, —sólo una pesadilla, se tranquilizó. A pesar de ello, seguía con su ritmo de respiración. Éste ya no era ligero, sino rápido y superficial, próximo al jadeo.

            De repente se desarropó, con sus piernas sacudió las sábanas hasta que se liberó del peso que la oprimía. Entonces, abrió los ojos y escuchó decir:

—Javier, cariño...