Hace tiempo que no escribía más de una pocas líneas y aprovechando un concurso de una cadena de hoteles junté estas pocas letras. Espero vuestras opiniones en los comentarios.
Amada Lucía, aquí estoy, de nuevo en Budapest, en la misma habitación del hotel donde estuvimos juntos por última vez, la 414, claro, no podía ser otra. Desde que te marchaste he ido recorriendo nuestro mundo a través de la memoria, mis anotaciones, tus fotos, los souvenirs que compramos pero he querido que este sea el primer destino de mi periplo, el último donde fuimos felices.
Amada Lucía, aquí estoy, de nuevo en Budapest, en la misma habitación del hotel donde estuvimos juntos por última vez, la 414, claro, no podía ser otra. Desde que te marchaste he ido recorriendo nuestro mundo a través de la memoria, mis anotaciones, tus fotos, los souvenirs que compramos pero he querido que este sea el primer destino de mi periplo, el último donde fuimos felices.
Recuerdo que hace unos días, mientras escribía el diario del viaje en esta
misma mesa, tú, a mi espalda, en esa enorme piscina de látex, te quitabas el
bikini muy despacio, nadando a favor de los ángulos del espejo para que te
pudiera ver. Yo me hacía el distraído para que el espectáculo se prolongara lo
más posible. Miraba de reojo para buscar en tus ojos ese brillo cómplice que
iluminaba nuestras vidas. Me abrazaste entonces y me invitaste a zambullirme en
aquel mar de espuma.
Por la mañana, como el último de nuestros ritos dejamos nuestra marca en la
habitación del hotel. A ti no te hace falta que te lo recuerde, pero nunca la
encontrarán. En eso consistía el juego, en Praga fueron unos versos de Neruda
escritos con zumo de limón en la carta del servicio de habitaciones; en
Florencia una foto nuestra en el interior de la barra de un toallero; en Roma
un micro relato pegado bajo la base de un cajón, y tantos otros lugares donde
dejamos un poco de nosotros mismos. Pero esos tiempos ahora no son más que
recuerdos que se agitan en mi cabeza, como las nubes que se hacen girones en
medio de una tormenta. El pasado no es sino pasado y no ha de volver, tú no
volverás y yo sólo sueño despierto todas las noches en reunirme contigo.
He llegado a un acuerdo con el hotel para que mañana cuando abandone la
habitación incineren el colchón y la ropa de cama; quizás sea un acto fútil,
pero no quiero que nadie mancille el lugar, ni nada de aquello que estuvo en
contacto con la piel más suave y con el aroma más dulce que nunca nadie pudo
tener.
No dejo de pensar en ese deportivo amarillo, porqué hizo lo que hizo, ¿por qué?
¿Cómo no lo vi? pero cuando quise darme cuenta ya era tarde, el revuelo de la
gente, los gritos, el tumulto y tu silencio. Mi amada Lucía, quién nos iba a
decir que nos separaríamos para siempre en un aeropuerto, en uno de esos
lugares que tanto nos han unido y que han sido el punto de partida de los
mejores días que hemos podido compartir.
Ya no me queda más que regresar, volver al sosiego de nuestra casa y a la paz
del trabajo. Por el día estaré lo más cerca de ti que pueda y por la noche me
acurrucaré junto a tu lápida sólo para esperar tu visita, mientras repaso nuestros
álbumes de fotos y paso las páginas de nuestros cuadernos de viajes.
Nunca te gustó mi oficio de sepulturero, pero como siempre te dije era mi
vocación y ahora mira, de alguna manera, la fortuna nos ha favorecido. ¿Cuántas
personas conoces que en nuestra situación puedan estar prácticamente todo el
día juntas? Acunar a las personas en su última morada me ha ayudado a
sobrellevar tu ausencia y a esperar ese momento en que volvamos a estar juntos;
pero mientras tanto, te hago una última promesa, mi amada Lucia, yo velaré tu
sueño, nunca volverás a dormir sola.
Madrid, 28 de febrero 2014