JJ
y Paul acababan de amarse y estaban tan exhaustos como extenuados; tenían sus
piernas entrelazadas para aumentar la superficie de contacto, piel junto a piel.
Una vez hubieron terminado, llegó el momento del cigarrillo y de la charla
banal. Pero en esta ocasión no ocurrió así; llegó Margot, tan vehemente en el
colchón de agua, como cuando tenía la cámara de fotos entre las manos. Una vez
se introdujo bajo las sabanas de satén asalmonado, surfeó sobre sus olas hasta
naufragar entre las piernas de JJ. Margot pedía más, su voz se presentaba plena
de placer, pero no exenta de la frustración por saber que aquellas sensaciones serían
finitas en el espacio y en el tiempo.
Como
sucede con las dietas, en las que se alternan los alimentos, decidieron
sustituir el café de media tarde por algo más suculento. El brillo del deseo no
había desparecido de sus ojos a pesar del cansancio. En sus miradas se
incineraban los reflejos de sus cuerpos entrelazados, al igual que en el espejo
redondo que habían ordenado sellar en el techo, aparecían desnudos, sudorosos,
deseosos de nuevas sensaciones en el juego amatorio que tanto les satisfacía.
Era
el último martes del curso, la última reunión del club por aquel año; todos los
martes, mientras sus parejas asistían al curso de relato breve en el centro
cultural, ellos se reunían, a sus espaldas por supuesto, para hacer otro tipo
de exploraciones y divagaciones sobre el ser humano.
Estaban
terminando, llegando al clímax cuando se reflejó en el espejo la figura
semi desnuda de Agnes; no era frecuente,
pero esta vez llegaba tarde a su cita semanal. Como siempre, tan dispuesta a
apoyar a los desfavorecidos como a entregarse con la máxima intensidad en todo
lo que hacía, sopesó las sombras de los pliegues de seda en la silueta de Paul
y se zambulló en sus brazos. Este callado, sombrío, auténtico, la recibió como
el místico que abraza la luz de la revelación y juntos, los cuatro, se amaron
con la desesperación de saber que quizás la noche no relevara al día.
Freddie
no asistió aquel día. El día anterior había avisado a JJ de que no podría ir.
Tenía que dejar un par de paquetes en el centro cultural y no estaba seguro de
poder llegar a tiempo.
Apenas
les quedaba tiempo, la clase terminaba y debían recoger a sus respectivas parejas.
Fue así como se conocieron, a la salida de clase, mientras esperaban que
salieran del centro, pitillo en mano y sonrisa forzada en ristre. De alguna
forma, todos estaban sorprendidos de los comentarios de sus respectivas parejas.
JJ no podía salir de su asombro con las nuevas perspectivas abiertas en el
lenguaje de Eva, y no era la excepción, al igual que sus compañeros de tertulia
del aula 13 de la primera planta y después, en la mesa del bar de la esquina, hablaban
de crecimiento, pero no sólo intelectual, sino también de mayor consciencia y de
interés en el mundo que le rodeaba.
Silvie
comentaba que ya no veía personajes planos agarrados en la barra del metro,
sino que, como voyeur infiltrada, descubría aristas en sus miradas, cómplices
algunas, otras de deseo o acaso de frustración, muchas de pesadumbre y las más
de indolencia. Tony no dejaba de hurgar en su más íntimo yo para ser capaz de
abrirse y exponer su don, esa cualidad con que la naturaleza le equipó de serie,
que no era otra cosa que la fina ironía de encontrar el lado cómico de
cualquier hecho cotidiano.
En
sus comentarios no olvidaban al alma mater de aquellas reuniones de cuentistas,
que por mor de su carisma, no cejaban en esforzarse en encontrar su camino
interior contando historias ajenas que en el fondo no hacían sino repetir de
diferente forma sus inquietudes y sus esperanzas. Joseph, callaba, ante los
comentarios de sus compañeros. En otro tiempo, cuando aún llevaba pantalones
cortos, sus amigos le llamaban “buitre” porque lo aprovechaba todo y cuando le era necesario utilizaba lo
aprendido; siempre le fue más sencillo expresarse con la palabra escrita que
con el verbo, después de todo, fue precoz a la hora de aprender las letras y
retrasado a la hora de hablar y caminar ¿Porqué gastar energía si lo que has de
decir no es más bello que el silencio?
Habían
encendido el segundo cigarrillo y seguían con su charla banal, pero ya hacía
tiempo que deberían haber salido y ésta decaía. JJ, con su barba tan bien
perfilada como un paisaje de Constable y envuelto en su pañuelo de seda de
Hermes, color regalo de Navidad, disertaba sobre la mejor manera de exponer
ideas en diferentes planos temporales, dando un curso de cómo organizar los post it en la pared sin dejar escapar ni
una sola idea; pero no pudo terminar, una explosión les lanzó al aire hasta
caer magullados sobre un lecho de cristales rotos con sus miradas perdidas en
el cielo. En un instante comenzaron a
sonar las alarmas de incendios y a continuación una columna de humo denso se
expandió por el centro hasta salir por sus ventanas como lenguas de fuego en la
boca de un dragón desbocado.
Pasados
unos minutos, magullados pero vivos, recuperaron el aliento y pudieron
incorporarse; vieron entonces, como llegaba el primer coche de bomberos de
donde descendieron los primeros efectivos, que cubiertos con la escafandra
antigases y armados con hachas, sin dudarlo un momento, se adentraron en
aquella tormenta de humo y llamas que salía del edificio.
No transcurrió mucho tiempo hasta que escucharon otra explosión en el interior; entonces por una ventana lateral salió una nueva columna de humo negro que por un momento les pareció que tomaba forma de dos enormes seres alados en mitad de un combate para desvanecerse después en su camino hacia el cielo formando, ahora sí, los típicos hongos del humo.
No transcurrió mucho tiempo hasta que escucharon otra explosión en el interior; entonces por una ventana lateral salió una nueva columna de humo negro que por un momento les pareció que tomaba forma de dos enormes seres alados en mitad de un combate para desvanecerse después en su camino hacia el cielo formando, ahora sí, los típicos hongos del humo.
A nadie le extrañó que aquellas cinco
personas asistieran juntas al sepelio que se organizó días después por el
fallecimiento de las víctimas; ni tampoco, que abrazados entre si se consolaran
con muestras de un profundo y delicado cariño. Tampoco nadie advirtió, que a
partir de aquella fecha, las reuniones sociales que tenían lugar en Chalet de
la Calle de los Arcángeles, número trece, se sucedieran a diario.
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