No hay nada más triste que una mentira del ser querido. Siempre que esto
ocurre, nos da por tomar el partido de la parte engañada, pero ¿qué ocurre cuando es
la parte más débil la que engaña? Recordad el mito de D. Juan...
No es verdad…
No
es verdad, ángel de amor,
que
en esta apartada orilla,
más
pura la luna brilla
y
se respira mejor…
Juan miraba con ojos cansados, había
navegado con ellos todo el día y parte de la noche. Por ella era capaz de
aprender largas estrofas de poesía, de los mayores esfuerzo y de esperar
sentado toda la noche a que la luz del amanecer bañara su angelical rostro. Inés.
Se había incorporado sobre la cama.
No podía dormir, se encontraba exhausto, había trabajado desde el alba. No tuvo
ni un instante de descanso, siempre concentrado en la tarea, salvo algunos momentos
en que la recordaba para hacerse más
fuerte.
Casi a oscuras, con la tenue luz del
despertador y el mágico silencio de la noche, la miraba. Veía su figura
modelada por el cobertor, jugaba con su respiración acompasándola a la suya. Al
principio, el juego fue relajado y tranquilo, boca arriba era lánguida y
serena, inspiraba con un dulce movimiento de pecho y expiraba con la misma
suavidad que mecía su silueta en rítmico vaivén.
Juan no dejaba de observarla, sus
pupilas se habían dilatado como las de un felino para ver sus facciones.
No lo necesitaba, podía describir por completo la orografía de su piel, tantas
veces recorrida, con sólo cerrar los ojos. Dormía de una forma plácida y
sosegada. Entonces, divagó unos instantes, paseó por las alturas, subió por
empinadas laderas, bajó a los valles donde escuchó el arrullo del viento y
regresó caminando sobre ardiente lava.
Un
escalofrío le rescató del sopor y se dio cuenta de que instintivamente seguía jugando
con su respiración. Comenzó a apreciar que era más liviana y confusa. Ahora se
movía inquieta bajo el edredón, agitaba brazos y piernas en una danza
extraña y desacompasada. Posó la mano sobre su frente, —sólo
una pesadilla, se tranquilizó. A pesar de ello, seguía con su ritmo de
respiración. Éste ya no era ligero, sino rápido y superficial, próximo al
jadeo.
De repente se desarropó, con sus
piernas sacudió las sábanas hasta que se liberó del peso que la oprimía.
Entonces, abrió los ojos y escuchó decir:
—Javier, cariño...