Las lecturas de LuisCar 3
Me han pedido que haga para clase unas reseñas de
los cinco libros que más me hayan influido. En un primer momento, cinco libros
me parecieron muchos. Nada más escuchar el enunciado del trabajo puse mi
cerebro a trabajar. Cinco, lo pensé mejor, tampoco son tantos. El primero que
me vino a la mente fue el clásico de clásicos.
D. Quijote de
la Mancha, después otro que debería considerarse como tal: El Corazón de Piedra Verde de
Salvador de Madariaga. A continuación pensé, aún en clase, que debería darme
una vuelta por las estanterías de casa; con la edad uno pierde memoria y no
deseaba dejarme influir por las últimas lecturas.
Cuando hube realizado ese periplo,
corto pero intenso, recordé la media docena de ediciones que colecciono de
otros dos clásicos más: Cumbres Borrascosas de Emily Brontë y Orgullo y
Prejuicio de Jane Austen. El cupo estaba prácticamente cubierto y aún se
agolpaban en mi mente libros y autores que han jalonado mis días desde la
escuela, con mi número 13 del carnet en la biblioteca del barrio, hasta hoy.
A lo largo de mis días he cometido
infinidad de errores, en eso no creo diferenciarme de la inmensa mayoría de los
mortales, aunque puede que en el arrepentimiento espontáneo que sufro, sí la
haya. Cuando a los 16 años tuve que optar entre ciencias y letras ni siquiera
llegue a plantearme que hubiera alguna posibilidad que no fuera las primeras.
Así elegí Matemáticas Especiales, Química y Física en vez de Griego, Latín y
Literatura. Este hecho singular, no fue más que el inicio de toda una serie de
errores por los que voy a necesitar más de una vida para enmendarlos —no descarto
vivir dos o tres si fuera necesario. El caso es que tuve que dejar de leer
literatura para sumergirme en libros de texto y ensayos, libros que en nada me
satisfacían.
Inicié así en mi vida un periodo
gris lejos de mi vocación de lectura. Pero como no hay periodos de oscuridad
eternos, y tarde o temprano la luz termina por regresar, la retomé con nuevo
empeño para devorar con hambre acumulada en años y sumergirme en todo tipo de
aventuras a lo largo de este mundo y de tantos otros creados por la
imaginación de los autores. He sido
naufrago junto con Arthur Gordon Pym, también he sido pirata en el mar Caribe
cantando loas a una botella de ron, he buscado un diablo en el interior de una
botella, he viajado a Arcadia para conocer a la familia Buendía, he recorrido
la tierra de los hurones junto a Ojo de Halcón, marche a Londres para atravesar
el andén 9 y ¾ en busca de un mágico mundo, jugué simulaciones de ataques
alienígenas en naves espaciales con el joven Ender que resultaron ser reales batallas
intergalácticas y atravesé el mar profundo en el Nautilus. También leí a Pereda,
a Juan Valera, Fernán Caballero, Quevedo, Cervantes, Pérez Galdós, me emocioné
con el Principito, hasta hace poco mi único libro releído. Eso sí, entre veinte
y treinta ocasiones tuve la oportunidad de finalizarlo. He recorrido multitud
de páginas juveniles con Cornelia Funke, Laura Gallego, Phillip Pullman e
incluso finalicé el interminable viaje de Michael Ende. Se me saltaron las
lágrimas con Carta Blanca de Lorenzo Silva, me indigne con Plenilunio de
Antonio Muñoz Molina, me asombré con la Sombra del Viento, disfruté con el
Olvidado Rey Gudú, mi corazón se volvió blanco con Julián Marías, comprendí el
vacío de Carmen Laforet y sentí todas las emociones posibles con tantos y
tantos libros que se encuentran en la lista de aquellos me hubieran gustado
imaginar y que me hubieran gustado escribir.
Después de tanto recorrido, creo que
es mi obligación explicar porque un libro menor, como es En el lejano País de
los Estanques, es para mí el quinto libro y último de esta caprichosa lista. Es
muy fácil. Este libro significó en su momento una puerta abierta a través de la
cual recibí un conocimiento que hasta entonces era completamente ignoto para
mí. Los guardias civiles Bevilacqua y Chamorro y sin duda su autor, mi nunca
bastante admirado Lorenzo Silva.
De D. Quijote de la Mancha nada
puedo decir salvo que decidí leerlo por casualidad y quizás también por un poco
de esnobismo ¿cómo era posible que no lo hubiera leído? y la verdad, me marcó.
Hay un antes y un después. Si tenía prejuicios antes de comenzar un libro,
ahora lo hago con la mente abierta, deseando que me enganche y me divierta. Así
lo hice con el Hidalgo Alonso Quijano y acerté.
El Corazón de Piedra Verde fue un
regalo de alguien de mi familia que insufló un nuevo punto de vista en un joven
corto de miras y que algo tiene que ver con una novela a medias que guardo en
un cajón de mi escritorio. Comienza en la España de Isabel y Fernando en los
días en que Colón ha regresado para dar conocimiento del
Nuevo Mundo y en
los que los judíos han de abandonar Sefarad o convertirse al catolicismo. Dos
personajes de familias opuestas enfrentados, ya las dos Españas, y una crónica
completa sobre la conquista de Méjico con continuos choques de estos dos
personajes cuyo odio será eterno e irreconciliable. Enorme maestría a la hora
de escribir. Imprescindible a quien le interese saber de esa atávica lucha intestina
e irreconciliable entre españoles que llega hasta nuestros días.
Cumbres Borrascosas fue también otro
regalo, parece ser que esta costumbre que llega hasta el día de hoy condiciona
mis gustos y de alguna manera también mi vida. Recuerdo que el personaje de
Heatcliff me pareció en
su momento la
persona más tortuosa y autodestructiva del mundo. Tanto amor era capaz de
albergar por Catalina, que el hecho de ser rechazado le convirtió en un
funambulista de la línea amor-odio-amor, que le obligaba a sufrir y hacer
sufrir a todo el mundo para expiar su pecado de no haber sido suficientemente
convincente, bueno, rico, o poderoso para que su amada no le despechara por el
joven Linton. La historia publicada en 1814 creo que aún no ha sido rebasada y
desde luego es ahora tan actual como hace dos siglos.
Orgullo y Prejuicio, de Jane Austen,
me parece una deliciosa comedia costumbrista de amoríos locales, en los que la
pequeña clase media sufre para colocar a sus hijas alejadas de un sistema de
herencia próximo al mayorazgo español. Ingenuos e inteligentes diálogos enmarcados
en paisajes idílicos cierran esta comedia de amor con final feliz, en la que el
papel de la mujer por inteligente que sea queda reducido a la búsqueda de un
marido con fortuna y las cosas no
siempre son como parecen.
En el lejano País de los Estanques es
un descubrimiento nacido del boca a boca, como muchos años después lo ha sido
Domingo Villar con su primera novela Ojos de Agua. Si el agente Vila me cautivó
es porque de alguna forma, le considero un alma gemela: tiene gusto por los
soldados de plomo, piensa las cosas dos veces antes de decirlas, admira y
respeta a Chamorro aunque sea muy joven, y es muy concienzudo. Si está
convencido de una cosa no se obceca, deja que sean los hechos y las pruebas las
que le saquen de su error y no le gusta precipitarse en sus opiniones. En
definitiva un tipo que me gusta. Y como por mucho que uno lo intente evitar,
siempre hay algo del autor en sus personajes, esta admiración la hago extensiva
a D. Lorenzo Silva, aunque se haya presentado a un premio de cuyo resultado se
comenta de todo en los mentideros del ramo.
He dejado para el final un
comentario. Arnaldur Indridasson: Las Marismas, La Mujer de Verde (editada
inicialmente como Silencio Sepulcral), La Voz, El Hombre del Lago, Invierno Ártico... Llegaron hace poco a mis manos y por
ello su influencia ha sido menor que la de los libros señalados, pero un
consejo kamikaze a lo Oscar Wilde: No dejen de leerlas.
Una última anotación, sigan a la
joven promesa Esther Peñas. Hay dos razones fundamentales: es joven y promete.
LuisCar, 22 abril 2013