Edelmiro y
Sisenanda tenían una mala racha. Él lo repetía sin cesar: una mala racha. Lo
que quedaba de cosecha se arruinó en un aguacero y un mal granizo remató la faena;
una epidemia se llevó las pocas cabras que pacían en el establo y un pequeño
incendio en casa convirtió en cenizas la despensa y buena parte de sus
recuerdos.
No te apures
Edelmiro, ya pasará, le decía ella. Y él, con su acuosa mirada de tristeza,
abría la boca para decir algo, pero siempre se arrepentía en el último momento
y callaba. Edelmiro miraba al cielo en busca de respuestas mientras su hacha surcaba
el aire en una melodía de acero y madera. Mañana pasará…
Aquella madrugada las calles de pizarra volvieron
a escuchar el eco de la Compaña que regresaba del bosque con su
botín de almas perdidas. A su paso, la niebla, que envolvía el camino, sólo se
rasgaba por un viento que hacía aullar las carcomidas ventanas, que cabalgaba
por las techumbres caídas, lastimaba las rejas del cementerio y se paraba para
hacer una reverencia ante una cruz de madera ensangrentada y su tallado epitafio:
“Por fin pasó"
Luiscar ¿viviste en La Palna? Iñaki
ResponderEliminarSí, durante unos meses, pero de eso hace mucho tiempo.
Eliminar