martes, 26 de febrero de 2013


        No hay nada más triste que una mentira del ser querido. Siempre que esto ocurre, nos da por tomar el partido de la parte engañada, pero ¿qué ocurre cuando es la parte más débil la que engaña? Recordad el mito de D. Juan...
 
No es verdad…

No es verdad, ángel de amor,

que en esta apartada orilla,

más pura la luna brilla

y se respira mejor…

 

            Juan miraba con ojos cansados, había navegado con ellos todo el día y parte de la noche. Por ella era capaz de aprender largas estrofas de poesía, de los mayores esfuerzo y de esperar sentado toda la noche a que la luz del amanecer bañara su angelical rostro. Inés.

            Se había incorporado sobre la cama. No podía dormir, se encontraba exhausto, había trabajado desde el alba. No tuvo ni un instante de descanso, siempre concentrado en la tarea, salvo algunos momentos en que la recordaba para  hacerse más fuerte.

            Casi a oscuras, con la tenue luz del despertador y el mágico silencio de la noche, la miraba. Veía su figura modelada por el cobertor, jugaba con su respiración acompasándola a la suya. Al principio, el juego fue relajado y tranquilo, boca arriba era lánguida y serena, inspiraba con un dulce movimiento de pecho y expiraba con la misma suavidad que mecía su silueta en rítmico vaivén.

            Juan no dejaba de observarla, sus pupilas se habían dilatado como las de un felino para ver sus facciones. No lo necesitaba, podía describir por completo la orografía de su piel, tantas veces recorrida, con sólo cerrar los ojos. Dormía de una forma plácida y sosegada. Entonces, divagó unos instantes, paseó por las alturas, subió por empinadas laderas, bajó a los valles donde escuchó el arrullo del viento y regresó caminando sobre ardiente lava. 

            Un escalofrío le rescató del sopor y se dio cuenta de que instintivamente seguía jugando con su respiración. Comenzó a apreciar que era más liviana y confusa. Ahora se movía inquieta bajo el edredón, agitaba brazos y piernas en una danza extraña y desacompasada. Posó la mano sobre su frente, —sólo una pesadilla, se tranquilizó. A pesar de ello, seguía con su ritmo de respiración. Éste ya no era ligero, sino rápido y superficial, próximo al jadeo.

            De repente se desarropó, con sus piernas sacudió las sábanas hasta que se liberó del peso que la oprimía. Entonces, abrió los ojos y escuchó decir:

—Javier, cariño...   

4 comentarios:

  1. Juan nos aproximó a los sueños de su amada, pero el que tenía la suerte de estar adentro era Javier. Así es la vida.

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    1. La vida es puñetera en sí misma. Cuando crees que has llegado a la meta doblas la esquina y siempre hay un Javier que te observa, un Mariano o un Iñaki que sonríe mirándote a los ojos. Hay millones de mentiras pero las que más afectan son aquellas que interesan al alma y que por conocidas y esperadas no son menos dolorosas.
      Te tengo que pedir perdón, pues aún no he encontrado un rato para leer tus últimos cuentos. Te prometo subsanar esta falta lo antes posible.

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