jueves, 24 de mayo de 2012

Berlín


No puedo saber si fue sueño o ficción, tampoco realidad. Me despierto y busco en tu lado del lecho. Aspiro esa fragancia que huele a ti cuando no estás. Desesperanzado, ansío los rayos de tu luz sombría, la que descansa sobre tu figura y surca el suave lienzo de tus sentidos. Ligera como tu mirada, tu ausencia continua luce paciente y embarga el aroma de tu perdida presencia.
Sello mis ojos de nuevo, percibo el tintineante baile de las tinieblas rasgadas por la fina lluvia. Sueño. El fulgor de las farolas en el húmedo adoquín te muestra el sendero; la sombra marcada por la silueta de tus pasos te acerca a mí.
Llueve, mi amor, y con los ojos cegados te veo marchar. Observo cómo para volver navegas por el turbulento océano de la noche, esa oscuridad que está dispuesta a engullirnos y que, en ocasiones, nos ilumina en la esperanza de escapar.
Me levanto, es media noche. Todo está oscuro, pero sé que nada malo va a pasar. Elevo mi plegaria: te espero, regresa, vuelve, mi amor, son sólo unos metros más de la siniestra pared para volver a sentir tu corazón junto a mí...

Hoy empiezo a recordar, después de tantos años, la brisa sobre el frío canal. Me pregunto dónde estarás, y sé que jamás lo volveré a soñar. La suave luz de aquel atardecer me confirmó lo que ya sabía ayer, y entonces vuelvo a rememorar los sonidos que aquella noche escuché al otro lado del lóbrego mural...

Llueve en Berlín mi amor sobre los dos... (Berlín, La Unión, 1992)



Madrid, 20 mayo de 2012

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